Si no hubiéramos nacido

El bien se vierte en pequeñas gotas, pero son las que lubrican la utopía de un mundo mejor

Rafael Torres
09:00 • 27 dic. 2022

Si no hubiera nacido el bueno de George Bailey encarnado por James Stewart en “Qué bello es vivir”, su no existencia habría sido desgraciada para cuantos conoció y trató habiendo existido, pero la ucronía que le propone Clarence, su ángel de la guarda, cuando está a punto de quitarse la vida en un momento de desesperación y desprecio de sí mismo, no solo es el eje en torno al cual gira ese maravilloso cuento de Navidad birlado a Dickens, sino una invitación a imaginar el mundo si no hubieran nacido los canallas que, desde que ese mundo es mundo, lo entenebrecen.



Si no hubieran nacido Hitler, Mussolini, Mao, o Franco y compañía, tal vez otros de similar catadura habrían sembrado igualmente la tierra de crímenes y destrucción. Es cierto que el mal se clona y reproduce asombrosamente, en tanto que el bien, representado por ese Bailey afectivo, filantrópico y honorable, se vierte en pequeñas gotas, pero no lo es menos que esas gotas son las que lubrican la utopía.



De la zarrapastrosa programación navideña de televisión emergió la otra noche esa película extraordinaria. Su emisión hubo de convivir, como cada año, con las calamidades de los noticiarios, y con los programas, anuncios y declaraciones políticas muy del estilo del infame señor Potter, pero mientras duró en pantalla abolió momentáneamente el pesimismo de quienes tuvieron el buen gusto y la necesidad de verla. Si no hubiéramos nacido, no nos dolería nada, pero no sabemos si a cuantos hemos tratado, les dolerían más cosas o menos, ni qué habría sido de sus vidas sin nuestro positivo o negativo influjo. No podemos saberlo. Como tampoco que otro Putin, si no hubiera nacido éste, no andaría también destruyendo tanta vida.








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