El debate ha estado siempre ahí, desde que dejó de ungirlos a dedo el gobernador: ¿Es preferible un alcalde que tenga un buen sueldo y que rebose talento para regir o uno de Primark y que nos apañemos con él? No siempre están al frente de los ayuntamientos los más preparados. Quizá porque en la empresa privada, para puestos directivos, las remuneraciones son más altas. Platón escribió en La República hace 2.400 años que en la ‘Cosa pública deberían estar los mejores entre los ciudadanos’. Son muchos los que piensan que gobernar un municipio exige dedicación completa y que una remuneración adecuada –‘aún no es alcalde y ya quiere comer de balde’- reduce el riesgo de que los cargos electos busquen ingresos externos que puedan generar conflictos de intereses o corrupción; son muchos los que pensamos que ofrecer sueldos competitivos atraen clarividencia comparable a la del sector privado y tienen una fácil justificación: la responsabilidad de las decisiones de los alcaldes y su incidencia en los vecinos es enorme. El salario de los ediles es un tema sensible desde Akhenaton porque combina economía, ética y confianza ciudadana.

Creo que es un sentir general de los almerienses que el alcalde se tiene que ganar la soldada con lo que se nos devenga de IBI y otros impuestos; aunque la cosa no está en lo que gane sino en que se lo gane: son servidores públicos, de alta graduación sí, pero del mismo esqueje que un conserje; no es tanto lo que cuesta -lo que nos cuestan- como que el coste tenga un beneficio. Al fin y al cabo, siempre que apostamos por un candidato en vez de por otro en la urna es como hacer una inversión. Hay cierto riesgo de que salga rana, pero sin riesgo no hay beneficio. En cuatro años se puede elegir a otro.

Hubo un tiempo, al comienzo de la democracia, cuando todo empezaba a caminar, en el que el contexto era otro: en los pueblos pequeños había que buscar a los candidatos debajo de las piedras, la gente huía como huye de ser presidente de su comunidad de vecinos. Apenas se cobraba. Con los años se ha comprobado cómo de necesario es que un edil esté bien remunerado si tiene dedicación exclusiva: nadie vive del aire ni de la pura vocación. Algunos opinan que un ayuntamiento debe ser como una empresa con Balance y Cuenta de Resultados, en la que los vecinos somos los accionistas y el alcalde nuestro consejero delegado. Si a eso se le añade humanismo y sensibilidad social, miel sobre hojuelas.

Viene esto a cuento porque el Ministerio de Transformación Digital acaba de publicar el informe Ispa 2025 con la tabla salarial de todos los alcaldes de España. En la provincia de Almería, como es natural, los tres alcaldes con mejor salario son los más grandes: Almeria, Roquetas y El Ejido. Mar Vázquez cobra 91.101 euros brutos anuales; Gabriel Amat (88.534) y Francisco Góngora (70.680). Por poner algunos ejemplos, el alcalde de Madrid percibe 110.00 euros anuales, el de Sevilla 95.000 igual que el de Málaga, mientras que el de Granada baja a 73.000 euros.

En la provincia, la frontera de los 50.000 euros brutos anuales la rebasan Antonio Bonilla (Vícar), José Francisco Garrido (Níjar), Juan Pedro García (Pulpí), José Miguel Hernández (La Mojonera), Antonio Fernández (Cuevas del Almanzora), Pedro Zamora (Garrucha), Francisco García Cerdá (Mojácar) y Domingo Fernández (Huércal-Overa), todos con dedicación exclusiva. Como ejemplo de apretarse el cinturón están los alcaldes de pueblos pequeños como, por ejemplo, El Taberno (210 euros anuales) o Urrácal (110 euros). Y otros, de municipios aún más diminutos, como Benitagla, Bentarique o Líjar, los alcaldes no cobran ni un euro.