Una frase compuesta, copulativa de otras dos simples. Entiendo que hoy suenen apolilladas, hasta desagradables. Pero si pasas de los cincuenta las comprendes. Ya no se usan como antes pero cobran actualidad. Antes nuestros abuelos chocheaban, no tenían demencia ni Alzheimer. Siempre sentados en su mecedora con la mantita, callados y de vez en cuando saludaban al ver pasar por el salón a algún pariente fallecido veinte años antes. No era problema alguno. Se les quería igual o más que si se les enviaran apartados a Dubai. Pues ahí está nuestro rey que chochea, pero lo tratamos como si fuera el doctor Mengele. Dejemos ya que se venga morir en casa por favor. Los españoles fuimos mucho más compasivos con el etarra Bolinaga, el carcelero de Ortega Lara que quiso dejarlo agonizar ante el nerviosismo del juez Garzón. Habrá madurado este país cuando le hayamos levantado el castigo por picaflor, mataelefantes y defraudador a uno de los hombres que hizo que España volviera de forma pacífica a ser una democracia.

¿Y quién es el niño salido en esta corta lección de pragmática? Pues solo hay que mirarlo, con esa carita de sátiro: Francisco Salazar. Y lo han protegido en el PSOE porque es Paquito, el niño de Pedro que va corriendo alborozado hacia su valedor para que le dé un abrazo y lo nombre favorito como antes habían sido Ábalos y Santos Cerdán. Ahora sabemos de quién hablaba el presidente cuando confesaba en 2023 a Alsina: “Tengo amigos que se han sentido incómodos con el feminismo”.