Por qué y para qué viene María Jesús Montero a Andalucía
Carta del director

María Jesús Montero, secretaria general del PSOE-A.
La llegada de María Jesús Montero al liderazgo de los socialistas andaluces está gestionándose desde la estrategia de comunicación del partido como un el paisaje bíblico del “levántate y anda” del Cristo a Lázaro. Desde la pérdida del gobierno, los socialistas han transitado por la política andaluza con la torpeza de un boxeador tras el KO. La acomodación tras más de treinta y cinco años en el poder les impidió plantear otros escenarios distintos a la permanencia en el gobierno. A lo inesperado de la derrota se le unió el vacío de lo imprevisto, una mezcla letal para reconstruirse tras el fracaso. El problema se agudizó cuando, tras el fracaso, llegó la venganza, la desolación y, ay, la deserción.
Como demuestra la historia de las venganzas políticas, quien te mata es siempre el que más cerca está de ti. Desde César a Pablo Casado, por recurrir a dos escenarios separados por dos mil años en el tiempo, pero coincidentes en los motivos y cercanía de los que empuñan el puñal, los aduladores de hoy serán los vengadores de mañana.
Susana Díaz no fue la excepción en esta secuencia interminable de ajustar cuentas por agravios reales o inventados. Cuando se deja de cobrar la nómina la lealtad es un sentimiento de baja cotización. Por eso no extrañó que, tras su salida de San Telmo aquellos que la habían sacado en procesión cambiaran e trinchera y comenzaran a cavar la tumba política de aquella a la que, desde entonces, habían respaldado sin fisuras. El socialismo andaluz pasó de susanista a sanchista con la misma comodidad con que alguien cambia una chaqueta por otra. Juan Espadas fue el elegido por Moncloa -Ferraz no existe, no se equivoquen- bajo la inspiración del clan sevillano que siempre ha pretendido dirigir el partido y por los primeros apóstoles que acompañaron a Pedro Sánchez en su travesía del desierto.
Pero como todo lo que lleva una carga de improvisación y, lo que es mucho peor, una indisimulada carga de rencor, el remedio acabó siendo peor que el mal que se pretendía superar. El fracaso de Espadas ha sido tan estruendoso como inapreciable ha sido su desempeño como secretario general de los socialistas andaluces. Nunca estuvo y quizá nadie lo esperó. Ni los que le situaron en la secretaría general. Susana Díaz podía no ser la solución tras la derrota intramuros ante Pedro Sánchez y extramuros ante Moreno Bonilla. Pero Espadas nunca fue la solución. Liderar una travesía en medio del desencanto de la derrota, las traiciones internas y las deserciones oportunistas exige un liderazgo capaz de navegar en medio de un mar tan embravecido.
Con Pedro Sánchez se puede estar de acuerdo o no (y desconfíen de los que están totalmente de acuerdo y de los que solo ven en él el culmen de todos los males, sus opiniones están viciadas por la adoración o el odio, dos sentimientos patológicos e incapacitantes para analizar la realidad), pero lo que nadie puede negarle a Sánchez es su capacidad de sobrevivir en medio de todas las tormentas. Por eso resulta difícil comprender como un tipo tan implacable tuvo la debilidad de apostar por un líder en el que nadie nunca creyó.
Dejemos pasar el tiempo a ver que trae, pero el anuncio de la llegada de María Jesús Montero ya ha servido, al menos, para despertar de la indolencia a un partido que caminaba sin rumbo. En apenas dos semanas el protagonismo de Montero ha superado el alcanzado por Espadas en dos años. Un protagonismo al que ha contribuido la torpeza de un PP que respondió a su llegada con el estruendo del asalto final cuando aún no ha empezado la batalla.
Una batalla que no es la definitiva, sino la antesala de la batalla final de las generales, ya sean en 2027 o antes. Sánchez, que de tonto no tiene un pelo, por mucho que se empeñen sus adversarios, sabe que no puede ir a unas elecciones generales con la federación más fuerte del partido, la andaluza, en retirada. En Andalucía la marca “juanma” está por encima de la marca PP y ese factor ha determinado la decisión de Sánchez de enviar a Montero a pelear con Moreno Bonilla en las andaluzas, sí, pero, sobre todo, a poner en tensión a una organización adormecida que, si se moviliza, puede recuperar un espacio decisivo en la aritmética parlamentaria del Congreso.