La última cita cultural de Argaria fue extraordinaria: Cuentos navideños de cine mudo y música de Erizonte en vivo. Sucedió en ese rinconcito de la Leo donde a veces pasan cosas buenas o muy buenas. Acabo de volver a ver los cortos navideños por tercera vez y me siento transformada. No es que sea una rica ávara como en el “Cuento de Navidad” (1914) de Harold M. Shaw, basado en un cuento de Charles Dickens, y me haya hecho consciente de mi egoísmo y de pronto sea espléndida y generosa, sino que concibo lo beneficioso que es darse cuenta de nuestros múltiples errores para poder cambiarlos. El poder del cambio. La actitud. El intento. Sin embargo, ahí está el orgullo que todo lo mata.

En casi todos aparece la nieve, gran protagonista desde el inicio con “El invierno, danza de la nieve” (1900) de Alice Guy. El placer de bailar con la nieve. Divino. Una diosa.

En “Sueño de Navidad” (1900) de George Méliès continúa nevando, la cama mullida, repican las campanas mientras las palomas revolotean, fiestas, comidas y regalos. Le sigue “La pequeña vendedora de cerillas” (1902) de James Wilhamson, sobre un cuento de Hans Christian Andersen. No puede ser más triste. Otra realidad de la Navidad. Conmovedor y bello hasta el final.

Después de que se nos saltaran las lágrimas, llegó “La Navidad de Toribio” (1911) de André Deed y nos reímos. Es cómica. Los efectos de las tres esencias causan estragos en los habitantes de una casa y es cuando más se oye la música electrónica de Erizonte, como en una rave. Además, hay un corto de animación: “La Navidad de los insectos” (1913) de Wladyslaw Starewicz. Simbólico y espiritual al máximo.

Qué alegría compartir esa noche de cine mudo con música experimental y electrónica de Julián Sanz Escalona, fundador de Erizonte, músico y compositor.