Por qué Casado, Iglesias y Rivera han acabado en el basurero de la política

Carta del director de La Voz de Almería, Pedro Manuel de la Cruz

Pedro Manuel de La Cruz
21:08 • 05 mar. 2022

“El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien queda sepultado con sus huesos”, así comienza Marco Antonio su alocución ante el pueblo romano congregado en el Foro que ruge de alegría por la muerte del hasta entonces amado César.  



Cuando el pasado martes Pablo Casado cerró ante la junta nacional del PP su efímero paso por la presidencia del partido no encontró ningún Marco Antonio que se atreviera a dedicarle una palabra de compasión ante su cadáver político. Los más de cuatrocientos militantes del foro popular no gritaron de alegría como los miles de romanos en la obra de Shakespeare, pero hay silencios que no pueden acallar el grito de la impiedad. A Casado, como al César shakesperiano, todos los que allí estaban le amaron alguna vez, y como preguntaba Marco Antonio con el cadáver en sangrentado de César entre sus brazos, ¿qué razón, entonces, les impidió hacerle el duelo? 



El paso de Casado por la política solo dejará el rastro de quien solo alcanzó a ser un mal aprendiz apresurado. Improvisador en la táctica y errático en la estrategia, de su presidencia solo se recordará que Isabel Díaz Ayuso- ¿Tú también Bruto? - fue quien le clavó la puñalada mortal. Los que apenas unas horas antes de continuar el apuñalamiento le ensalzaban pasarán a la historia del partido oscurecidos en la penumbra contradictoria de la incoherencia.  



La duda que nadie va a disipar tras el bochorno de aquellos idus de febrero es qué hubiera pasado si la torpeza de un diputado del PP no hubiera impedido tumbar la reforma laboral del gobierno. Sin el error del diputado del PP la negociación- seamos benevolentes en la palabra- de García Egea con los dos diputados navarros hubiera tumbado en la lona a Sánchez y el ´teodorismo´, ahora en el pudridero, sería elevado a los altares del maniobrerismo de alta escuela y baja estofa en el que navegan todos los partidos. No fue así y quienes ya tenían cogido el puñal por los agravios recibidos solo necesitaron la decepción electoral en Castilla León y la ambición iluminista del ayusismo madrileño para acabar con Casado. 



Lo que sorprende es que el adiós a la política de Casado sea el último vértice de un triángulo político de fracasados en el que le precedieron Albert Rivera y Pablo Iglesias. De los cuatro aspirantes a la presidencia del gobierno en las últimas elecciones solo Sánchez queda en pie. ¿Por qué? 



Habrá quien sostenga que la permanencia de Sánchez en el espacio triunfal del cuadrilátero es imputable a su capacidad. Y quizá no les falten razones en las que sustentar su criterio. A quien sobrevive en medio de una tormenta perfecta hay que reconocerle su capacidad de navegar en medio de las turbulencias más devastadoras. Pero tal vez, y frente a esas razones, la razón principal de que Sánchez se haya quedado solo en el medio del cuadrilátero haya que imputarla a la incapacidad, la puerilidad y el adanismo de sus competidores. 



Rivera, Iglesias y Casado han demostrado una impericia casi imposible de superar. Rivera exhibiendo a la menor oportunidad que es un experto en acumulación de errores y despeñando a Ciudadanos desde la cima a la irrelevancia; lo tuvo todo en sus manos, pero no tenía nada en la cabeza y esa agenda de carencias intelectuales le ha situado en el rincón del ridículo para siempre. Iglesias se creyó el elegido por la mano de un Dios laico para asaltar los cielos y ha acabado de predicador estrafalario en un espacio digital alternativo cumpliendo la regla del comunismo clásico que sostiene que el partido nunca se equivoca, que lo que se equivoca es la realidad, lo que les hace ir de victoria en victoria hasta la derrota final. Casado llegó a la presidencia del PP no por sus méritos- no tenía ninguno más allá de la militancia desde la adolescencia- sino por el odio entre Cospedal y Soraya. 



Lo que si comparten los tres ídolos caídos es el vacío intelectual que dejan. Nadie se acordará de ellos cuando pasen algunos años y, quienes lo hagan, mirarán su recuerdo desde la decepción de no haber sido capaces de ver su incapacidad, la melancolía de lo que pudo haber sido y no fue o el desprecio hacia quienes habiendo tenido la oportunidad de hacer un país mejor la dilapidaron en una acumulación de irresponsabilidades adolescentes. 


¿Significa todo lo anterior que Sánchez está dotado del perfil de estadista que quienes le acompañaron en las últimas elecciones no tenían? No. Pero su manual de supervivencia y su capacidad para cabalgar sobre las contradicciones, a veces impúdicas, demuestran menos torpeza y más pericia que todos ellos juntos. 


Una torpeza tan grande que les ha llevado a los tres a protagonizar a su “muerte” política desde el desprestigio personal, el desprecio de la ironía o la compasión fúnebre. Han sido tan torpes que no han sido capaces de procurar cumplir aquel verso de Petrarca en el que está escrito que “un bel morir tutta una vita onora”. Ni han sabido honrar su vida pública ni, en el último suspiro, han sabido morir políticamente.  


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