Donde se prosigue cómo se ha de elaborar un discurso

Luis Cortés Rodríguez
23:27 • 27 nov. 2020 / actualizado a las 07:00 • 28 nov. 2020

Durante la cena, pasmados quedaron don Quijote y Sancho ante todo lo que veían y comían: exquisitas perdices aliñadas con almendra, manjar blanco compuesto de pechugas de ave, leche, harina de arroz y azúcar, que tanto gustaba a don Quijote, exquisitos quesos y otras muchas viandas. No gustó, sin embargo, a caballero y escudero el manjar que los Duques les ofrecieron como exquisito y al que, hecho de huevos de pescado, llamaban cavial. Solo por su olor, les pareció desagradable. La cena, en que los diferentes platos iban acompañados de los más finos licores, se alargó varias horas. Fue al día siguiente,  a media mañana, cuando el caballero, estando presente Sancho y algunas personas más, preguntole a fray Antonio si consideraba momento oportuno para continuar la plática de la noche última sobre los discursos y su modo de elaborarlos, a lo que respondió el fraile lo siguiente:


—Con mucho gusto seguimos la plática de lo que antes dije y que por el semblante de su escudero no parece que le hubiere gustado que comparara un discurso, en sus partes, con un ser vivo. 


—Amigo fray Antonio –dijo don Quijote–, prosiga y olvide la cara que puso mi escudero, quien, a veces, muestra ser más torpe de lo que es, con ser mucho, y su torpeza la acompaña con impertinencias. Sancho, lo que está diciendo nuestro fraile sobre la importancia que tiene un buen inicio para un buen discurso se ajusta a lo cierto. Nunca olvido  aquello que decía la vieja alcahueta Celestina cuando, tras despedirse de Melibea, por la calle iba balbuceando lo alegre que estaba. Tal alegría debíase al buen principio de su trabajo, pues, cuando así es, la mitad de él ya está hecho. Las palabras de Celestina tienen sentido no solo aplicadas a los negocios de la alcahueta, sino, entre otros muchos, para los autores de discursos, porque aquí también casi la mitad está cumplida si esos discursos tienen buen principio. 



—¡Pardiez! —dijo Sancho—No se ponga así, mi señor, que detrás mía siempre habrá servidores a los que ordenaré que busquen algunas de las más singulares batallas acometidas por vuestra merced y en las que yo participara. Aunque, por desgracia, no alcanzo a recordar cuál pudo tener final venturoso. 


—¡Maldito seas, Sancho!, cuántas veces te he dicho que no se debe decir detrás mía ni delante mía ni detrás nuestra, sino detrás de mí, delante de mí y detrás de nosotros. Buen fraile, por favor, prosiga con sus consejos, que yo ya le recordaré a Sancho, aunque a veces no pase de ser Sanchuelo, las grandes venturas vividas por ambos en singulares batallas. 



Cuando comience su discurso, un gobernador o un virrey o lo que quiera que haya de ser este Sancho Panza –respondió fray Antonio, algo irónico– no ha de pensar nunca en captar la benevolencia de sus súbditos, sino su interés. Por ello, Sancho, una vez que te llegue el momento, puedes dar inicio a tu discurso con una noticia o con el recuerdo de una de tus hazañas con tan célebre caballero como es tu señor, pero también podrías hacerlo con hechos realizados por personas conocidas de quienes te están escuchando, lo que fijará de inmediato el interés.




—Llegó en ese momento el Duque, quien se interesó por aquello de lo que se estaba platicando, pues seguro que sería de sumo interés. A lo que respondió fray Antonio:


—Señor Duque, nuestra plática versa sobre lo principal que es para el buen propósito de un discurso que este tenga acertado principio, porque, si así es, habrá muchas posibilidades de que todo él lo sea. De ahí, decíamos, la importancia de que comience con un relato bien conocido por el orador para que la pesadumbre que este siente en esos primero momentos no pueda hacer que la mente se nuble y perturbe ante el temor de olvidar lo que se ha de decir. 


—Así es –dijo el Duque–, que todos hemos tenido malos momentos con titubeos, con dudas, con incoherencias en nuestros inicios de los discursos, por lo que ya, a partir de ese momento, la travesía resultó un suplicio para todos y más para uno mismo. Desde hace tiempo, siempre ordeno a fray Antonio que el inicio que prepare para mis discursos sea curioso y pensado de modo que yo pueda hacer ver a mis interlocutores que ha surgido en el momento mismo o cuando uno llegaba al lugar del encuentro. Si cualquier orador da comienzo a esta parte de manera que no tenga interés para los escuchantes, mal inicio habrá tenido. 


Pero ahora me han de dar licencia vuestras mercedes y dejar su plática, con ser tan interesante, para más tardar, porque importantes hombres de la nobleza han querido venir al castillo para rendir la más justa de las pleitesías al grande y famoso caballero don Quijote de la Mancha, cuyas aventuras se han impreso.


Perdón, mi señor Duque -saltó don Quijote, con urgencia- ¿no debiera haber dicho imprimido? 


Fue el fraile quien corrigió a don Quijote, pues tanto un término como otro eran apropiados en ese contexto, como ocurre con fríto o  freído o proveído y provisto. De lo que sucedió durante la comida y la posterior plática acerca de cómo ha de proseguir un discurso, se conocerá en el capítulo siguiente. 


Temas relacionados

para ti

en destaque