Que trata de nuevos consejos sobre naturalidad y sencillez

Luis Cortés Rodríguez
00:37 • 28 mar. 2020 / actualizado a las 07:00 • 28 mar. 2020

Apenas comenzó a descubrirse el día por una de las ventanas de la amplia casa, don Quijote envió a Sancho para que despertara al maese, si bien aquéste ya se disponía a abandonar el aposento. 


—Comed, amigos –dijo maese Agustín– estas pastas de harina fritas y endulzadas con azúcar y miel. Son manjares, aunque tal vez escasos para vuestros merecimientos. 


En tanto que Sancho comía y comía, el caballero, cuya obsesión no era otra que seguir la plática del día anterior, no quiso llevar bocado a la boca, pues, como solía repetir a su escudero, el poco comer aviva el ingenio y da fuerza al entendimiento.  



  —Maese Agustín –dijo don Quijote–, una vez que dé termino este glotón a las últimas migajas,  ¿podría continuar con esas consideraciones que sirven para mejoran nuestro uso del idioma?  Anoche nos habló de la conveniencia del empleo de oraciones breves, así como de la ventaja de evitar, si fuere posible, tanto la forma pasiva de los verbos como los extranjerismos, siempre que en nuestra lengua exista ya el vocablo. Nos advirtió de que en sus lecturas había conocido otras razones conducentes a un mejor uso de nuestro idioma.


—En efeto, aunque mi profesión ha sido la medicina y he tratado con muchos físicos, cirujanos y barberos durante años y años, siempre he dedicado tiempo a mi apreciada curiosidad por la gramática  y por la lectura de los clásicos.



—Pues me placería mucho oírlo –respondió don Quijote–. Y tú, Sancho, atiende y no juntes en una sola persona torpeza y desinterés, pues todo este empeño mío por ti es.


—Recuerdo haber leído la necesidad de adecuar el lenguaje empleado al registro, lo que quiere decir que cada situación requiere de unas formas que serán diferentes en unas ocasiones y en otras. Cuanto mejor sepamos adaptar nuestra habla a la situación en que nos encontremos (familiar, profesional, académica, protocolaria, etcétera), mejor será nuestro estilo. Es sabido que la persona que habla bien tiene la posibilidad de elegir, pues domina varios registros; por contra, las personas menos dotadas idiomáticamente sólo conocen un registro, el familiar, que, en la mayoría de los casos, utilizarán con dificultades. Vuestra merced, señor don Quijote, ¿acaso concibe la utilización de un estilo recargado, pedantesco, en una plática con vuestra ama o vuestra sobrina y en el que empleara términos como argento, livor o adunco? A buen seguro que no.



—Parece estar tan puesto en razón esto que dice –respondió don Quijote– que hasta el mismo Sancho, por sus movimientos de cabeza, creo que ha entendido.    


—Aunque es verdad que puesto en razón sí está –prosiguió maese Agustín–, no menos cierto es que, a veces, lo olvidamos por razones diversas. Igualmente ocurre con quienes desatienden la idea de que difícilmente se puede explicar o dar a conocer con cordura aquello que antes no se ha entendido bien. Primero lo entenderemos nosotros y después lo daremos a conocer


—Por eso siempre dejo que hable mi señor cuando otras personas hay –dijo Sancho–, pues, como él bien dice, «por la boca muere el pez».


—Mira, Sancho –dijo maese Agustín–, no sé lo que tiene que ver una cuestión con otra, pero sírveme lo que ha dicho para una nueva consideración: si quiere tener un buen estilo, no repita formas desgastadas ya, dichas una y otra vez por unos y otros. Ansí, se han de evitar «en un marco incomparable», «¿sabes lo que te digo?», «como no podía ser de otra manera», etcétera.  El primero que comparó los dientes con las perlas era un genio pero el último un pedante, un bobo o un necio.


—No otra cosa haces tú, Sancho, con tus malditos refranes y frases hechas –intervino don Quijote–.  Amigo maese Agustín, si fuere posible, ya sería prudente ir dando por acabada esta sabrosa plática, pues hemos de partir Sancho y yo presto hacia la ciudad del Toboso.


—Pues les diré tres consejos más y terminemos esta plática que, como vuestra merced dijo, resultó tan sabrosa. El primero de ellos tiene que ver con el provecho de que cuando hablen o escriban, si pueden, elijan una sola palabra antes que dos; por ello, digan  «posibilitar» y no «hacer posible», «mejorar» y no «hacer mejor», etcétera. El segundo consejo me lleva a decir a vuestras mercedes que se valgan siempre de la palabra más corta, de manera que eviten «influenciación» y digan «influencia»; empleen «mediación» y no «intermediación» o «concretar» y no «concretizar». Y la tercera y última allude a la preferencia que han de mostrar por la forma personal de los verbos frente a los gerundios, cuyo uso resulta tan peligroso, en muchos casos. No diremos, por tanto, «se hundió la barca muriendo cinco pescadores»,  «se acercaron a la casa asaltándola poco después», sino que hemos de decir  «se hundió la barca y murieron cinco pescadores» o «se acercaron a la casa y la asaltaron poco después».


Maese Agustín insistió mucho a don Quijote en que permanecieran un tiempo mayor, pues se tienen noticias de que la peste bubónica, que se había iniciado en Sevilla, se extendería, en poco tiempo, por tierras castellanas y murcianas. Tras agradecer el ofrecimiento, el caballero consideró que en tal ocasión mayor sería la necesidad de su marcha para poder ayudar a los necesitados que encontraran por esos caminos.


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