Vox Almería, la crisis interminable

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 26 ene. 2020

Vox ha comenzado en Almería (como en otras provincias) a sufrir un proceso de descomposición en el que todos saben cómo ha comenzado, pero ninguno cómo terminará. 



El triunfo, sobrevenido desde la emoción neofalangista en el partido de extrema derecha, o prefabricado marketinianamente en la yenka vacía de Rivera (izquierda, izquierda; derecha derecha, ya saben), tiene la luminosidad efímera de la llama, pero no la consistencia permanente de la brasa vertebrada. Quien pasa una mano sobre la primera sabe que no quema; quien posa sus dedos sobre la segunda siente el permanente calor abrasador que encierra.



Vox ha sufrido esta semana su cuarta crisis en apenas unos meses. Primero fue el deseo, rectificado por la fuerza de ´quien manda, manda´, de la aspiración de su líder en El Ejido de ser diputado provincial; después el golpe de estado de la dirección nacional relevando a Juan Francisco Rojas al frente del partido y sustituyéndola por una junta militar, perdón: una gestora. Mas tarde se desarrolló el cisma que dejó en el partido a solo uno de los tres concejales obtenidos en Roquetas y hace apenas unos días, la parlamentaria autonómica por la provincia, Luz Belinda Rodriguez, abandonaba el grupo parlamentario andaluz y pasaba a formar parte de los no adscritos desde el que ya ha comenzado a sufrir un intensísimo bombardeo de desprestigio personal y político (militar, por supuesto) por tierra, mar y aire. Cuatro crisis en poco mas de medio año es un balance estremecedor, sobre todo si se tiene en cuenta que en tan poco tiempo han caído en el campo de batalla el líder provincial y la primera parlamentaria que cosecharon en las autonómicas de 2018. Y sin añadir a lo ya sucedido el folklore que precedió a la elaboración de alguna de las candidaturas del pasado y a una futura crisis en otro importante municipio de la provincia de la que ya se oyen tambores no muy lejanos.



Los desencuentros son habituales dentro de los partidos y no habría de sorprenderse porque el virus de los enfrentamientos internos haya llegado hasta Vox. Lo que sí sorprende es que lo esté haciendo con tanta virulencia y, además, en un momento político en el que el partido se encuentra instalado en la confortabilidad electoral más absoluta: sube elección tras elección, impone a PP y Ciudadanos algunos de su postulados y , como no toma ninguna decisión sobre las cosas que realmente afectan al bienestar real de los almerienses (¿Quién les ha escuchado alguna vez, no proponer, sino siquiera hablar con rigor de los grandes y urgentes retos pendientes de la provincia?) no ve amenazado su potencial electoral. Al contrario: la torpeza del PP a nivel nacional cada vez les hace más fuertes.



Con la mirada clara y lejos hacia las montañas nevadas y el ardor guerrero lleno de nostalgia por aquel tiempo que no volverá cobijados bajo el manto, cuanto más grande mejor, de la bandera, Vox sigue impasible el ademán, aunque, ¡ay!, sin cumplir el mandamiento de tener prietas sus filas.



El alpinismo tiene demostrado que cuanto más próximo estás de la cima, mas cerca estás del abismo. Podemos ha sufrido esa contradicción al pasar en apenas tres años de 72 a poco mas de 30 escaños y volverá a sufrirla cuando se dé cuenta de que quién pacta como segunda fuerza está condenado a la decadencia. (Salvo que detrás tenga importantes apoyos financieros y mediáticos de alto voltaje, como le sucedió a Ciudadanos en Andalucía con el PSOE, con el que no gobernó, solo apoyó, lo que no le sucederá ahora con el PP). 



Vox puede haber llegado su cima (o no), pero lo que está quedando demostrado en estos meses es que, si el PP no comete el error de darle hilo a su cometa ideológica, más temprano que tarde comenzará su decadencia. Lo que le está ocurriendo en Almería y en otras provincias es la demostración evidente de que detrás de la marca no hay nada, solo arengas tan llenas de ruido como vacías de contenido. 



Pese a lo que sostiene la Biblia, el mundo no se hizo en seis días, y un partido no se hace sobre un séptimo de caballería al que le quitas la trompetería mediática y acaba diluyéndose en el barro confuso de los intereses personales. 



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