El verano que tuvimos dos ferias

La Semana Naval, en 1971, llenó la ciudad de fiesta y nos puso mirando al puerto

Banda de Música de Infantería de Marina de Madrid, actuando en la Plaza Virgen del Mar el domingo cuatro de julio de 1971.
Banda de Música de Infantería de Marina de Madrid, actuando en la Plaza Virgen del Mar el domingo cuatro de julio de 1971.
Eduardo de Vicente
21:18 • 01 jun. 2023

La Semana Naval nos reconcilió con el puerto y nos hizo retroceder a nuestros orígenes y rescatar esa esencia de ciudad que en los tiempos de juventud de nuestros padres soñaba y sufría desde las escolleras cuando toda la vida entraba y salía por el puerto, desde el trigo que mandaban de Argentina para aliviar el hambre hasta los barriles de uvas que cada septiembre llenaban de esperanza las despensas de media provincia.



La Semana Naval nos permitió volver al puerto con otra mirada y vestidos de domingo. No íbamos a cargar barriles ni a ver si venía un buque con provisiones, ni tampoco a pasear sin rumbo para olvidar las penas mirando al mar, sino a celebrar una fiesta que en el verano de 1971 nos permitió disfrutar de dos ferias consecutivas.



Aquello fue una apocalipsis de buques de guerra y de marineros que llenaron las tascas y los burdeles hasta colgar el cartel de no hay billetes. Fue un acontecimiento mayúsculo que a los que éramos niños entonces nos sacó de la rutina de nuestro verano de baños en el Club Náutico y noches de cine al fresquito. La ciudad se echó a la calle para participar en los actos que los organizadores montaron por  todos los rincones. Las plazas se convirtieron en escenarios y el Parque, que solo se llenaba los domingos, parecía la Quinta Avenida de Nueva York. Para unirse al festejo, los cines programaron para esa semana películas relacionadas con el mar: en el Apolo estrenaron ‘El gran crucero’ y en el Roma ‘Comando en el Mar de China’. 



Almería parecía un portaviones gigante, con las  calles llenas de uniformes blancos y las bandas de música de la Marina tocando por las tardes en los escenarios que se montaron al aire libre. Todos nos unimos a la fiesta, hasta nuestra pueblerina sala de fiestas del Chapina, que en aquellos días trajo el debut del ballet Francis Show, con sus bailarinas ligeras de ropa.



Había que aprovechar la ocasión para hacer negocio. La ciudad estaba rebosante y de los pueblos vino tanta gente que hasta las pensiones más humildes se quedaron sin camas. El Mesón Gitano, que no acaba de despegar, que seguía siendo una esperanza más que una realidad, medio dormido bajo el sol de la ladera de la Alcazaba, trató de dar ese paso que le faltaba para convertirse en un negocio de verdad, trayendo un nuevo cheff, Fernando Gimeno, y sacando a la pizarra una sugerente carta de cocina internacional que pudiera atraer a los paladares más exquisitos, todo por el módico precio de 160 pesetas el menú.



La Semana Naval consolidó a un establecimiento que acaba de abrir sus puertas en la avenida del Zapillo, la histórica cafetería ‘California’, que triunfó con sus surtidos de shanwichs y bocadillos. Tuvimos verbenas populares todas las noches, fiestas de gala en el Casino, en la Alcazaba y en el Club de Mar, corrida de toros, veladas de boxeo y hasta fuegos artificiales.



Inauguramos en el Parque Nuevo el monumento que la ciudad dedicó a los hombres del mar y hasta estrenamos un nuevo balneario que venía a cubrir los huecos que en la memoria de los almerienses habían dejado la desaparición del Diana y del San Miguel. La Semana Naval nos trajo la novedad del balneario Alcazaba, un complejo moderno que se construyó junto a la Térmica y la residencia de ancianos. Su terraza fue un lugar privilegiado para contemplar las maniobras que los buques de guerra realizaban en la costa y sus salones sirvieron de refugio para los bailes de juventud, pero el balneario no llegó a cuajar y acabó desapareciendo.



La Semana Naval nos llenó de ilusiones y cambió el aspecto de la ciudad, al menos durante un mes. Se reforzó el equipo de jardineros que trabajaban en la Alcazaba, que en pocos meses se llenó de rosas; se mejoraron las condiciones de trabajo de los servicios de limpieza, con más basureros y más presencia de barrenderos; se acometió la instalación de una iluminación extraordinaria a lo largo del Paseo y la Puerta de Purchena y se remodeló el Parque Nuevo, que perdió ese aspecto de jardín antiguo que le daban las pérgolas. La Plaza Vieja estrenó papeleras metálicas con el escudo de Almería y se colocaron carteles con el eslogan: ‘Mantenga limpia la ciudad’. 


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