En sus coloquios iban don Quijote y Sancho, cuando éste, para que el hidalgo no oyera ventosear una y otra vez al rucio, inició su plática Y lo hizo retomando lo tratado ayer día:
—Señor, por lo que me dijo vuestra merced, podemos decir que hay un lenguaje bueno, que se conoce con un vocablo que no alcanzo a recordar, y otro lenguaje malo, cuyo nombre tampoco me atrevo a decir por no molestar a mi buen amo.
—No, Sancho, no se trata de lenguajes buenos y malos –respondió orgulloso don Quijote ante el interés de su criado–, sino de dos maneras de designar la realidad. Una es mediante un lenguaje atenuado, con el cual se pretende suavizar lo maligno de una determinada acción, para hacerla más dichosa. En tanto que, con el otro lenguaje, el peyorativo, se fortalece la malignidad de una acción. Y, como ya te advertí, tanto la primera, que se llama eufemismo, como la segunda, que se denomina disfemismo, son propias de lenguajes partidistas y con ambas se pretende manipular al ciudadano.
El escudero, que había empezado la plática, seguía sin entender nada, por lo que permanecía en silencio. Don Quijote continuó su discurso:
—Amigo Sancho, has de aprender a manejar bien, pues un buen gobernador has de ser, el lenguaje atenuado, también llamado eufemismo. Todavía recuerdo al noble don Francisco Mendoza de los Monteros, quien, preocupado siempre por el bienestar de sus labriegos, tuvo que padecer el descontento de estos. Ocurrió que el generoso noble viose obligado a crear una nueva tasa por la que sus braceros habrían de pagar una pequeña parte del agua consumida. Esta tasa venía a unirse a la del diezmo que ya hacían los campesinos al rey. Ante la protesta de algunos de ellos que afirmaban que el nuevo tributo era un injusto copago o repago, don Francisco, con dolor de su corazón, díjoles que la dicha tasa no era un copago o repago, sino solo una prestación social para poder tener mejores servicios en sus aldeas. Lo peyorativo de términos como copago y repago es atenuado mediante el eufemismo prestación social. Algo parecido ocurrió cuando algunos caballeros andantes protestaron por los recortes que había sufrido la asistencia recibida por ellos en caso de resultar malheridos. La misma Hacienda Real, contestó a tales caballeros que nada se recortaba ni se eliminaba, que solo se racionalizaba, se ajustaba o se reestructuraba el gasto en la búsqueda de una mayor equidad. El legislador fiscal que dijo aquello estaba haciendo también un uso atenuado del lenguaje, que es un modo, como decíamos, de eufemismo.
Sancho oía con atención e intuía que algo de embaucador habría en aquello. Y se dirigió a su señor de esta guisa:
—He de decir que, hasta donde llega mi entendimiento, no parece que apene a nuestra lengua la desconsideración de muchos de sus hablantes.
—No es desconsideración con la lengua, que es bien tratada y manipulada –respondió Don Quijote–, sino que la desconsideración es con los ciudadanos, a quienes se les pretende enmascarar la verdad mediante un uso endiablado de «esa materia prima de la gobernanza» que es el lenguaje. No sé si sabrás, amigo Sancho, la penuria económica tan enorme que originaron los gastos de la memorable batalla de Lepanto. Pues bien, ante tal bancarrota, Ruy Gómez de Silva, ministro de nuestro rey señor Felipe II, para evitar mencionar esta palabra, bancarrota, tan desalentadora, hizo un ejemplar arte de encantamiento y la sustituyó por otras catorce expresiones, entre ellas, «condiciones adversas», «una coyuntura económica claramente adversa», «deterioro del contexto económico», etcétera.
—Yo nunca estuve en Salamanca, como bien sabe vuestra merced –respondió Sancho–, ni en lugar alguno estudiando latines ni otras lenguas exóticas o antiguas, que es de donde son todas esas palabras que habéis pronunciado, pues ninguna jamás oí. Señor, si quiere que utilice ese lenguaje amenuado o como quiera el diablo que se diga, en castellano me ha de hablar y todos esos latines que dice deben de ser de esas otras lenguas que mi capacidad no me dio para conocer.
A lo que replicó don Quijote:
—Atenuado, Sancho, lenguaje atenuado. Su uso permite sustituir, con la idea de manipular términos que no conviene decir. Un gobernador no puede permitir que en su ínsula se hable de criminalidad y tendrá que ocultarlo mediante otro término que la gente entienda de otra manera y dirá inestabilidad insular, que es menos grave. Tampoco la palabra huelga, que tendrá que sustituir por un eufemismo del lenguaje atenuado como conflicto colectivo, anormalidad laboral, inasistencia al trabajo, ausencia injustificada, paro parcial, abandono colectivo, irregularidad laboral, fricción social. Un gobernador tampoco podrá hablar de subida de tasas, que no será aceptado por los súbditos, sino de reajuste de tasas, pues la mayoría desconocerán esa palabra reajuste, pero todos conocen subida. Nada, Sancho, de despido, solo tendrás que hablar de torcimiento en la lista de los obreros, etcétera. Caballero y escudero callaron un tiempo, y en tanto el primero solo tenía en mente el que llegara el momento de poder comenzar alguna aventura, su escudero, siempre temeroso, rezaba para que esta no sucediera.
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