Refranes

Luis Cortés Rodríguez
01:44 • 24 ago. 2019 / actualizado a las 07:01 • 24 ago. 2019

-Sancho, -dijo don Quijote- la naturaleza es nuestro origen y el lugar donde se encuentran todas nuestras sutiles necesidades de belleza, misterio y aventura. 


—Señor –replicó Sancho- no entiendo de eso ni sé de orígenes ni de  sutiles necesidades; son palabras que no conozco y como decía mi agüelo «a borrico desconocido no le toques la orejas».




A Don Quijote enseguida le vinieron al pensamiento los consejos que, días antes, había dado a su escudero para que mejorara su maltrecha lengua castellana. Recordaba haberle dicho que huyera como del diablo de algunos malos usos, en especial de aquellos que habían provocado las risas de sus insulanos. Pero, entre estos, no hacía memoria de que hubiese referido algo sobre una de las lacras de las que más tendría que huir: su maldito y constante empleo de refranes. 


 —¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! —dijo a esta sazón don Quijote—. ¡Sesenta mil males te sucedan a ti y a tus refranes! ¡Cuán poco tiempo pasó desde el último que soltaste, que parece como si otra cosa no supieras decir!



—Señor, no es cosa gustosa el oír siempre esos agravios cuando digo algún refrán —respondió Sancho-. Como vuestra merced sabe de seguro, en tales refranes está la sabiduría popular que llamaron «filosofía del pueblo», pues es ese saber el que está en ellos. Y no lo digo yo, que, al decir de vuestra merced, soy ignorante y mentecato, sino  caballeros sabios, prudentes y discretos. Y así dice el vulgo: «Cien refranes, cien verdades»; «Quien habla por refranes es un saco de verdades», «En cada refrán, tienes una verdad», y otros que no digo por no cansar a mi señor.


—Ignorante y necio es poco, pues eres corto de razones y escaso de entendimiento. Dime, ¿cómo ha de encerrar sabiduría la ofensa inferida a la mujer, que se hace con constancia en el refranero? Tu esposa, que con tanta paciencia lleva los caminos y carreras que has andado como fiel escudero, o vuestra hija, Mari Sancha, a quien yo me ocuparé de casar con quien te dé nietos que se llamen señoría, son en esos dichos comparadas con diablos, con peras o con gallinas. No otra cosa dicen los refranes que ensartas uno detrás de otro como  «Al diablo y a la mujer nunca les falta qué hacer», «Dos hijas y una madre,  tres demonios para un padre», «Cacarear y no poner, si malo en la gallina, peor en la mujer»,  «La pera y la mujer calladas han de ser» y otras muchas maledicencias más propias de bellacos que de caballeros.  



—No quisiera pensar —respondió Sancho— que a mi señor bien pudiera yo recordarle eso de «Quítate que me tiznas, dijo la sartén al cazo». Estame reprehendiendo que no diga yo refranes e hilvánalos vuesa merced de cuatro en cuatro. 


—Sois un grandísimo bellaco —dijo a esta sazón don Quijote—. Que tomaste el rábano por las hojas, que yo no lamento su uso si estos son traídos a propósito, cuando vienen como anillo al dedo. Tengo por cierto que, si  ocultamos los referidos a la mujer, el resto sí que son  sentencias breves que al ser sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios tienen principios sólidos cuando se refieren al tiempo, a la laboriosidad de las gentes o a los labriegos y cuanto más al amor, tema que no falta entre los caballeros andantes, donde recuerdo a Palmerín de Inglaterra requebrar a su amada diciéndole que «Al buen amar, nunca le falta que dar» o a nuestro Amadís de Gaula a la suya: «Nunca fue desdichado amor que fue conocido». 


—Vive Dios, señor Caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en pa¬ciencia algunas cosas que vuestra merced dice. El ensartar refranes no es nada de lo que yo me precie, pero sí me sirve para poner contrapunto a los encantamientos de mi señor y volverle a la tierra cuando la imaginación lo transporte al reino de esas extrañas locuras que le hace tomar unas cosas por otras y juzgar lo blanco por negro y lo negro por blanco. Es más, mi señor ha de recordar lo que dijo la Duquesa ante su presencia y la mía. Díjonos que mis refranes aunque sean muchos no por eso son en menos de estimar y que le daban más gusto que otros, aunque tales sean mejor traídos y con más sazón acomodados.


—¿Adónde vas a parar, Sancho? —replicó don Quijote—. Que la Duquesa es persona educada y no sabía cómo ocultar tanta sandez y demasía que hay en ti en ocasiones muchas. Solo quiero decirte, y con ello ya rematamos, dos verdades: la primera es que no has de considerar cierto que siempre los refranes sean certeros, porque, aunque todos sean sentencias sacadas de la misma experiencia, madres de las ciencias, los tiempos cambian, las modas se perturban unas con otras y lo que vale para un tiempo queda añejo, rancio y anticuado para otro; la segunda verdad atañe a la oportunidad o no de su empleo, pues el refrán que no viene a propósito antes es disparate que sentencia. 


Señor, dejemos durante un largo tiempo estas cuestiones de la lengua, que ya me fatigan. Es más, tampoco las juzgo necesarias, pues para ser un buen gobernador, siendo pobre como yo, no hay otro camino que el de la verdad, la virtud y la modestia y nunca el de las palabras hueras, la soberbia y la arrogancia. 


A Sancho parecían sacarle cada vez más de quicio las obligaciones protocolarias de gobernador.  



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