Los árbitros: siglo I antes del VAR

La primera cualidad de un árbitro de posguerra era ser un valiente a prueba de paraguas

Eduardo de Vicente
19:53 • 26 feb. 2023

El árbitro siempre estaba bajo sospecha. El árbitro siempre era malo antes del partido mientras que no demostrara lo contrario. El árbitro se veía como un estorbo y a veces como un enemigo al que siempre le hacía falta que alguien le diera una lección.








Ser árbitro era el oficio más duro dentro del fútbol. Tenía que tener un piel especial para aguantar en las gradas al hincha que desde el minuto uno le decía que mientras él estaba allí, pitando en pantalón corto, su señora esposa estaba retozando en otros brazos. El árbitro tenía que  soportar las referencias nada elegantes a su madre, la lluvia de almohadillas cuando tomaba una decisión contraria al equipo de casa, los golpes de los que saltaban al campo con la intención de darle un escarmiento y la soledad y el miedo de un vestuario cuando fuera se escuchaban los gritos de los exaltados que querían tomarse la justicia por su mano.








El árbitro no tenía amigos, salvo la pareja de guardias civiles que lo custodiaba para que llegara sano y salvo al coche después de un partido conflictivo. Hasta la prensa era dura con el árbitro y no respetaba ni que fuera hijo de la tierra. Aquí en Almería sabemos muy bien lo que es vocear un árbitro almeriense en un partido amistoso, era algo habitual hace décadas. En septiembre de 1947, cuando el Almería jugó un amistoso con el Granada en el estadio de la Falange, el cronista del periódico El Yugo censuraba con dureza la actuación del colegiado almeriense Vicente Ferrete diciendo: “Favoreció al equipo contrario. Tendrá que tener más vista si quiere seguir arbitrando”,  decía la prensa después de un partido amistoso.




Había que ser muy valiente para meterse a árbitro y eran muchos los que acababan dejando su vocación después de una paliza. Eran los tiempos en los que el fútbol era cosa de hombres y las gradas del estadio se llenaban los domingos de trajes oscuros, de voces roncas, humo de tabaco y frases agresivas. Recuerdo, aquellas historietas del Tebeo en las que aparecía un personaje, Pepe ‘el Hincha’, que perdía la compostura en el fútbol con facilidad y aquel anuncio de televisión contra la violencia en las gradas donde el protagonista era un aficionado que en su vida privada era un ejemplo de virtud, pero que cuando llegaba el domingo y se sentaba en las gradas se convertía en un tigre de bengala. 


Alguien dijo una vez que los campos de fútbol eran como la consulta de un psicólogo y que la gente iba allí a descargar toda la presión acumulada durante la semana en el trabajo y en la familia. La grada era el único sitio donde se podía gritar e insultar libremente en una época en la que la violencia se admitía como si formara parte del juego. Las primeras veces que me llevaron al fútbol, cuando no tenía más de seis o siete años, la emoción de estar viendo un partido en el estadio se teñía de miedos cuando el público empezaba a gritar y sobre todo, cuando había algún altercado entre los aficionados, que también era frecuente.


Había hinchas marcados por el estigma de la violencia que protagonizaban frecuentes altercados. La policía los conocía y procuraba calmarlos antes de tomar medidas mayores. Algunos saltaban al campo en busca del árbitro y tenían que ser reducidos por las fuerzas del orden.

El miedo escénico que acuñó Jorge Valdano para el Santiago Bernabéu se podría proyectar sobre algunos campos de fútbol de la provincia de Almería que durante años tuvieron fama de polémicos por la enorme presión que ejercían los aficionados, que llegó a desembocar, en alguna que otra ocasión, en agresiones a los arbitros. 

Uno de los recintos más temidos, allá por los años ochenta, fue el del San Roque, también conocido como el campo de 'Las Tres Tumbas' donde los árbitros rezaban un Padre Nuestro antes de salir a pitar.

 

 

El árbitro almeriense Vicente Ferrete y los jueces de línea Bonillo y Pomares, en un partido amistoso en el estadio de la Falange entre el Almería y el Granada, en 1947.


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