Almería en los tiempos del Covid-19 (VII): La vida en los balcones

El Covid-19 ha tirado abajo todo el andamiaje de nuestra jerarquía de prioridades

Una familia aplaudiendo ayer desde el balcón, que ha pasado a ser el catalejo desde el que se avizora la poca vida del exterior.
Una familia aplaudiendo ayer desde el balcón, que ha pasado a ser el catalejo desde el que se avizora la poca vida del exterior.
Manuel León
07:00 • 19 mar. 2020 / actualizado a las 13:31 • 19 mar. 2020

Almería, aquella ciudad de blancas azoteas como la pintó Celia Viñas, es ahora una metrópoli de balcones. Si para Ortega, uno era su ‘yo y sus circunstancias’, ahora es ‘su yo y su balcón’.



Yo, como escribí ayer, tengo delante de mis ojos piedra caliza catedralicia, que lleva ahí sin moverse más de cinco siglos. Del balcón para dentro cada uno tiene ahora su mundo imaginado: el escritorio con el ordenador es la oficina, la cocina puede ser el bar de confianza, el salón, la Puerta Purchena y el pasillo podría ser La Rambla, o el Paseo Marítimo. El dormitorio, la verdad, no sé qué podría ser. 



Todo es cuestión de imaginación para superar este trance de reclusión forzosa. Que se lo digan a Ortega Lara que aguantó año y medio confinado en un zulo porque enfrente tenía el póster de una playa del Caribe con cocoteros. Todo está en la mente y en la capacidad para entretenerse de balcones para adentro. Yo ayer me ejercité jugando al ajedrez con un programa online. Me tocó un chino que me hizo una defensa india y me vapuleó en diez minutos. A punto estuve de preguntarle si era de Wuhan, pero no se permite hablar entre jugadores, solo dar jaque mate. Hay otra gente que se entretiene con otras cosas, como en Garrucha, que juegan al bingo de balcón a balcón, o escuchando el piano de una vecina concertista o grabando tutoriales de tiramisú o leyendo o viendo cine: circulan ya en los grupos de wasap los pdf de todas los periódicos y revistas y videos de todas las películas oscarizadas. Pero ni con esas podemos ser del todo dichosos, porque tenemos tiempo, pero no libertad. Y el tiempo sin libertad es yermo, le dijo Alonso Quijano a su escudero.





Nada de lo que tenemos ahora, en esta vida impuesta entre paredes, nos da la dicha de poder sentarnos, si nos place, en una terraza del Zapillo a ver la vida pasar o a salir a comprarle un décimo a Carrete o a desayunar churros en el Habibi o a hacer pilates en el Ego, si nos da la gana. Ni todos los emoticonos de besos y abrazos del mundo nos quitan las ganas de poder darlos de carne y hueso, con olor y sabor. Un virus invisible con corona, ha cambiado en cuatro días nuestras vidas en esta plácida Almería, más que lo hubiera hecho el mayor huracán. A quién le importa ahora tanto el Cañarete o el Pingurucho o la finalización del Paseo Marítimo. El Covid-19 ha tirado abajo todo el andamiaje de nuestra jerarquía de prioridades.



Ahora nuestro pensamiento no va más allá de poder comprar a diario alimentos sanos, en poder caminar un rato por la casa para no atrofiarnos, en que nuestros hijos  se relajen un poco y, sobre todo, en no contagiarnos si salimos a comprar el pan, si es que no estamos casi todos ya infectados sin saberlo. Eso, y esperar a las 20:00 horas para aplaudir sin ton ni son desde el balcón oyendo al Dúo Dinámico o a Manolo Escobar. 



Un abrazo fraterno para la gente del Levante, de pueblos como Turre, Mojácar, Vera Garrucha, Cuevas, Antas, que se han quedado por primera vez con la tristeza hoy de no poder partir la Vieja Remonona, que para nosotros es como las mismísimas Fallas de Valencia y la Feria de Sevilla juntas.



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