La memoria tiene nombre de mujer

José Luis Masegosa
07:00 • 09 mar. 2020

Mari Luz nació la mayor de trece hermanos en Valencia de Don Juan (León) en 1909. Siempre presumió de nacer en cuna, y no en cama, por ser hija del molinero del pueblo, es decir, clase media. Su madre murió al nacer el hijo número trece. Solo sobrevivieron cinco hijos, tres chicos y dos chicas. Cada año nacía uno, y enterraban a otro. Se pasó la vida llorando hermanitos y hermanitas. Y viendo llorar a su madre cuando el padre molinero llegaba de noche después de haberse jugado a las cartas o a las chapas todo lo que consideraba de su propiedad. Varias noches se había jugado a su madre, y algunas la había perdido… el alcohol y la moral imperante impedían que el ganador se acercara al molino a cobrarse el derecho de pernada ganado a las cartas.


Cuando la mujer murió en aquel enésimo parto, a los pocos meses se casó con la sirvienta de la casa, de la misma edad que Mari Luz, que nunca se lo perdonó a su padre. Sin embargo, la mujer fue adorable con los niños y niñas que “heredaba”, y todos acabaron queriéndola porque les dedicó cuidados, cariño y la vida que les hubiera dedicado su madre. El único que no la terminó de querer nunca fue el viudo en cuestión, al fin y al cabo no era más que la criada, y le vino muy bien como sustituta de su mujer para las tareas de la casa, criar a los hijos, y mantener la cama caliente. Mari Luz aprendió a ser modista y trabajó en un taller del pueblo hasta que se casó con Salvador, quien la pretendía bien, y gracias al cual podía librarse por fin de vivir en casa del molinero. Salvador era un buen hombre al que inicialmente no quería, pero al que acabó amando tras trabajar y administrar el puñado de tierras de ambos y criar a sus seis hijos. A todos los tuvo en casa. Al mayor lo parió sola, porque se adelantó, y no contó siquiera con la ayuda de la partera.


Ya casada y con dos hijos muy pequeños, durante la guerra, pasó varios meses haciendo los tres kilómetros andando de noche desde la casa en el pueblo hasta el molino que había sido de su padre en las afueras. En el pozo del molino, que contaba con amplitud y hendiduras suficientes, estaba escondido su hermano Miguel, comunista, que había saltado del camión que le llevaba a fusilar y se había escondido en unas zarzas. Estaba con otros tres compañeros, con agua hasta las rodillas. Una noche era su hermana Luz la que se jugaba el tipo para llevarles comida y aquello que necesitaran, y otras, se la jugaba otra. Alguna le dieron el alto, pero como era “de la casa” se creían que se había enfadado con el marido, o cualquier otra mentira que se la ocurriera. Al final, su hermano y los otros pudieron escapar del pozo y del pueblo gracias a su ayuda.



“Mari Luz, la hija del molinero”, de Marian Alvarez, es una de las diez historias orales de vida que reúne el libro “Nietas de la memoria”, que con prólogo de la también periodista Carmen Sarmiento ha publicado la editorial “Bala perdida”, y que se presentará próximamente en el Ateneo madrileño. Se trata de diez relatos de otras tantas mujeres anónimas que tuvieron el arrojo de sacar adelante a sus familias y convivir con una dictadura que las oprimió, aunque en su fuero interno conservaron siempre su rebeldía. Historias desconocidas de mujeres que se enfrentaron a la muerte de sus hijos, al presidio de sus maridos o al fusilamiento de sus hermanos con una increíble entereza, pues tenían que salvar del hambre, la enfermedad y la miseria a los que quedaban a su alrededor. Son relatos contados por nombres propios, los de las diez autoras periodistas, nietas de las protagonistas, a quienes el 8 de marzo de 2018 les unió sus particulares historias familiares. Isa Gaspar, Isabel Donet, María Grijelmo, Noemí San Juan, Carolina Pecharromán, Concha San Francisco, Sara Plaza, Marián Alvarez, Carmen Freixa y Cristina Prieto son las “madres” de estas excepcionales historias, escritas con el corazón, transcritas con el dolor y la pasión que sintieron cuando las conocieron y con el amor y el cariño que sus protagonistas amasaron durante su difícil existencia. Los ámbitos rural y urbano acogen estas emotivas historias que tienen un denominador común: La lucha por la supervivencia en un mundo de hombres donde ellas  formaban parte del decorado, pero las circunstancias las obligaron a ser imaginativas, listas, resolutivas y muy trabajadoras.


Entre la decena de periodistas –residentes en Madrid, Zamora, Valladolid, Valencia, Barcelona y Granada-  que ha elaborado este compendio de relatos figura Cristina Prieto, quien ejerciera el Periodismo durante varios años en Almería, concretamente en la desaparecida Radiocadena Española, en Rueda Rato, donde fue jefa de informativos, y en “Ideal”.



 Las nietas autoras reconocen con este trabajo a cientos de miles de mujeres españolas que perdieron su infancia y su juventud por la dictadura, en una España gris plomo cuyo retrato queda fielmente reflejado en las vivencias que se suceden en las páginas de estas “Nietas de la memoria”, una memoria que se escribe con M porque tiene nombre de mujer.





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