Vuelve la pollería de la calle Trajano tras sanar su dueño

Ya se puede ver de nuevo a Miguel Angel Montoya, con su mandil blanco y su mascarilla reglamentaria, al frente de su negocio de pollos asados de la calle Trajano. Es uno de los establecimientos clásicos que dan vida a ese entorno abigarrado del centro histórico, entre la pizzería Beethoven y la Bodeguilla de vinos de La Contraviesa. Miguel Angel ha estado ausente durante varios meses de la pollería para someterse a una intervención quirúrgica de la que ha salido con buen pie y durante todo ese tiempo ha faltado ese remolino de clientes en la puerta al aroma, como Carpanta, de sus aves asadas a las finas hierbas, de sus tortillas, de sus croquetas.

Ha vuelto Miguel Angel y con él ese escenario donde el tiempo pasa lentamente, mirando cómo las aves desnudas se van dorando al fuego lento, mientras el vecindario espera para que Miguel Angel les solucione el almuerzo de los domingos con esas porciones trinchadas de muslos y pechugas acompañadas de patatas, berenjenas cortadas y mucha salsa.

Ocurre cada domingo y fiesta de guardar, tras el paseo dominical, tras la lectura reposada del periódico, llega siempre el momento de agenciarse ese suculento alimento que da salud tan solo de olerlo. 

Miguel Angel, que ha cumplido justo ahora veinte años al frente del negocio, vende pollos con la misma ilusión que si vendiera un adosado con piscina, finalizando siempre con su clásico: “Que tengas un buen día”.

Es un oficio beatífico el suyo -el de este recauchutado Miguel- reflejado en las Escrituras: “Dad de comer al hambriento”. Y Miguel Angel calma, apacigua, satisface mucha hambre dominical y permite el asueto un día a la semana a la ama o amo de casa. Ha vuelto Miguel Angel y con él el ritual del aceite caliente y de la carne dorada.