Los belicosos roscos de San Blas

José Luis Masegosa
22:41 • 03 feb. 2019 / actualizado a las 07:00 • 04 feb. 2019

La vida se escribe en nuestro enderredor con renglones de vértigo y cierto desasosiego. Los titulares informativos rotulan nuestro devenir con una insaciable competición, a caballo entre la política y la economía, donde los bisoños y veteranos ejercientes intentan convencer con sus proclamas y mensajería de quincalla a los, cada vez más, escépticos ciudadanos electores. Unos titulares que también acogen con caracteres destacados la gala goyesca hispalense de anteanoche y que, además, no olvidan las turbulentas consecuencias de la inoportuna visita de Gabriel y Helena, las adversas borrascas que han puesto a tiritar a todo hijo de vecino. 

Los caprichos y las imprevisiones de la meteorología han traído a nuestras vidas los rigores y  la rudeza de los nuevos inviernos. Un encuentro con la cruda realidad de la climatología  que abre los postigos certeros de la variada y amplia riqueza de refranes y dichos de la sabiduría popular. El ávido panorama de la actualidad que  nos toca no impide descender a las pequeñeces lugareñas, a las costumbres y vivencias ancestrales que, pese al torbellino del calendario, reviven cada año por estas calendas.


Numerosos lugares de Europa e Iberoamérica celebraron ayer, día tres, la festividad de San Blas, el mártir armenio de Sebaste a quien la tradición cristiana ha atribuido fama de taumaturgo y de médico de cuerpos y almas. Una fiesta que se acompaña de  una diversidad refranera para todos los gustos: “Por San Blas higueras plantarás e higos comerás”,  “..por san Blas ajos comerás”, y uno de los más conocidos : “Por San Blas, la cigüeña verás y si no la vieres, año de nieves”. Una aseveración que, aunque con cierta timidez, ha hecho gala de sí misma en algunas comarcas de nuestra provincia, donde la nieve ha hecho acto de presencia. La ausencia de la cigüeña blanca o ciconia ciconia ratifica con creces el augurio popular: La nieve tiñe de blanco la geografía ibérica y el pájaro de buen agüero no se ha dejado ver ni en San Blas.



Cuentan las hagiografías del santo que pasó la vida haciendo el bien y entre sus buenas obras figura la sanación de un niño que a punto estuvo de morir a consecuencia una espina de pescado atravesada en su garganta. La fiesta de San Blas se celebra en muchos municipios y pueblos de diferentes comarcas almerienses, desde la Alpujarra al Almanzora, en donde, si bien se festeja con singularidades propias, en la mayoría de los casos cuenta con elementos comunes, como la bendición de panes, roscos y cintas que se degustan o se colocan en la garganta para preservarla de afecciones y enfermedades. En Oria, mi pueblo, San Blas se celebra desde tiempo inmemorial, con una pintoresca procesión en la que los exquisitos roscos de viento –o roscos de San Blas-  de la antiquísima confitería “La Polaca” reciben el agua bendita para transformarse en “medicina santa”. La tradición se ha mantenido ininterrumpidamente durante los años, si bien algunos aspectos se han modificado o han desaparecido. El tiempo vuela a los ancestrales rituales que tenían como escenario la desaparecida explanada de El Calvario, donde al tropel se arremolinaban en torno al oficiante, el padre José María Lozar Serrano, los inquietos niños y mozalbetes con sus roscos asidos a sus correspondientes cintas rojas.  Todos aspiraban a elevar, entre empellones, las dulces circunferencias para recibir el agua que durante la bendición lanzaba a diestro y siniestro el hisopo del párroco. Lo mejor estaba por llegar. La mirada incrédula de San Blas –que por cierto, su rostro guarda un gran parecido con  el ex alcalde cordobés, Julio Anguita- quedaba aún más inmovilizada ante el tumulto bélico que protagonizaban mozos y mozuelos. La procesión concluía con una auténtica batalla a “roscazo” limpio. Tan vulnerable munición, hecha añicos, acababa engullida por los más valientes combatientes de aquella ingenua y repostera guerra de los roscos de San Blas que pasó a mejor vida.





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