El extraño viaje a Almería de un Premio Nobel

Llegó de incógnito el sabio más grande de España y habló de hacer un sanatorio de invierno

Santiago Ramón y Cajal llegó en 1908 a Almería en un viaje modesto, sin previo anuncio y por un motivo no suficientemente descrito.
Santiago Ramón y Cajal llegó en 1908 a Almería en un viaje modesto, sin previo anuncio y por un motivo no suficientemente descrito.
Manuel León
10:38 • 08 oct. 2023

Nadie fue a recibirlo con un coche de caballos a la estación luminosa y aún flamante de Laurent Farge; nadie, en ese poblachón meridional, se enteró de que llegaba a Almería uno de los hombres más sabios de mundo. Era un miércoles 22 de abril de 1908 y Santiago Ramón y Cajal acababa de saltar del vagón del brazo de su mujer Silveria mirando de frente el horizonte de los Jardines de Medina  y a su espalda la bahía con la draga del ingeniero Cervantes anclada junto a la orilla; venía la eminencia a Almería procedente de Alicante, haciendo una especie de tour turístico -quizá por algún interés más que nunca fue desvelado- con sus 56 años, con sus lentes circulares, con su barba moteada, con su mirada afilada, con un neceser en la mano. Había llegado a la ciudad de la cal viva un día ventoso, según relatan las crónicas de la época, el primer premio Nóbel que pisaba esas calles mediterráneas y nadie lo reconoció cuando empezó a caminar rumbo al centro, a la Puerta Purchena, que sin él saberlo aún, unos años después, sería rotulada con su nombre. Un nombre asociado al más grande científico de la historia de España; un nombre que desde que los escolares lo descubren en el colegio ha estado asociado a la gloria patria, a la excelencia, a lo más insigne que se podía imaginar, dentro del páramo de estulticia que era entonces este país. 



Ramón y Cajal, nacido en un pequeño pueblo navarro, era hijo de un médico cirujano, de naturaleza traviesa, a quien los escolapios castigaban por no querer estudiar de memora. Cursó en Zaragoza la carrera de Medicina y su primer destino fue como médico militar en Cuba. Con las pagas de soldado consiguió comprar un microscopio y habilitar un modesto laboratorio con el que iniciar las investigaciones científicas. En esos primeros años de juventud ingresó en la logia masónica Caballeros de la Noche y era también un consumado dibujante y maestro del ajedrez. En Barcelona ocupó la cátedra de histología para estudiar el tejido microscópico de los seres vivos. 



Cajal sentó las bases para el estudio moderno del sistema nervioso y a día de hoy es el científico del cerebro más importante que haya existido, siendo el padre de la neurociencia, al detectar que las neuronas no eran tejido conectado sino células cerebrales. Obtuvo por sus aportaciones a este campo en 1906 el Premio Nobel de Medicina, poniéndolo alguno de sus colegas como Benjamín Ehrlich a la altura de Newton. Fue nombrado director Nacional de Higiene en tiempos de Alfonso XII y el Estado creó un organismo a su nombre, el Instituto Cajal, la primera fundación de investigación puramente científica en España. Además, su biografía desvela pasajes de extraordinaria honestidad como cuando fue nombrado director del Laboratorio de  Investigaciones Biológicas que el Gobierno le asignó un sueldo de  10.000 pesetas anuales que él pidió que se rebajaran a 6.000; o cuando rechazó el cargo de ministro de Salud e Instrucción Pública y sí aceptó el de senador vitalicio con Canalejas que no tenía asignación económica; o cuando envió al extranjero a su hijo Jorge a hacer investigación pagándolo de su bolsillo, sin acceder a que se le ayudara con una pensión, como era lo más habitual en la época.



Y qué venía a buscar el mayor talento científico de España en Almería, en aquella primavera tan lejana. Nunca se supo exactamente, más allá de que viniera por el hecho sencillo de ir conociendo lugares. Una vez llegó con su esposa al centro de la ciudad, alquiló una habitación en el Hotel París, que estaba en el Paseo del Príncipe, donde estuvo Marín Rosa, junto al Mercado Central. Dejó Santiago descansando a su señora y se acercó al Hospital Provincial donde conoció al alcalde y médico en aquella institución, Eduardo Pérez Ibáñez, con quien recorrió las estancias médicas las distintas salas de especialidades,  junto a los facultativos Rafael Díez y Alberto Berdejo, quienes quedaron sorprendidos de la inesperada presencia del científico. Cajal visitó también la Alcazaba y el Muelle cargado de barriles con pámpanos de uva, desde donde contempló con complacencia el panorama de la ciudad, de esa Almería moruna, de balcones y terraos encalados donde se criaban conejos y pavos. 



Dejó dicho a su colega Eduardo Pérez las posibilidades innatas de Almería como sanatorio de invierno y sus ideas para poder hacer de ese sur un lugar donde los europeos ricos podrían descansar y curarse de sus dolencias. Al día siguiente, tras desayunar en la habitación y recorrer el Mercado de Abastos, partió de forma modesta y humilde, como llegó, desde la Estación en compañía del alcalde que fue a despedirlo y a quien confesó que volvería el próximo invierno con algunos planes.



Otra persona a la que Cajal conoció durante su breve estancia en Almería fue al abogado y literato Sixto Espinosa, quien recibió una carta del científico semanas después en el que le confirmaba su deseo de volver a Almería el próximo año para pasar un mes en una finca de recreo “para formar concepto de una provincia casi desconocida en el resto de España, que no ha tenido la habilidad de atraer turistas y enfermos ricos como Málaga y Alicante”.



A pesar de ese deseo, Cajal nunca volvió a Almería, tal como había anunciado; no pudieron hacerse realidad las pretensiones de ese servidor de la Vida con su bisturí y su microscopio ese buscador insaciable de los secretos del organismo en la neurona, en cuya pequeñez se engendra el pensamiento humano.  



En 1922, doce años antes de morir, el Ayuntamiento de Almería decidió rotular la Puerta Purchena con el nombre de Plaza del doctor Ramón y Cajal, aunque duró muy poco tiempo. 


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