Diario de una cuarentena (XXXVIII): Boda en Rodalquilar

Bella estampa de Rodalquilar esta primavera.
Bella estampa de Rodalquilar esta primavera. Rodolfo Caparrós
Marta Rodríguez
07:00 • 09 may. 2020

El Lengüetas está a punto de abrir. Lo noto. Y será todo un acontecimiento en la ciudad. Esta mañana estaban limpiando a fondo y había cajas de botellines apiladas esperando a sedientos clientes. Ya no habrá tres filas de personas apiñadas para pedir una aguja, unas gambas o unas sardinas con sal gorda, pero quién las necesita en esa enorme terraza que es la Plaza de España. Siempre he pensado que el quiosco de Ciudad Jardín representa lo que debería ser la hostelería almeriense. La alegría que se desparrama más allá de un local. Tomarse algo relajao en la calle en un verano que dura diez meses. Anoche le escuché decir a Alvarito, el cómico, que esa plancha habría acabado hace tiempo con el coronavirus. No podría estar más de acuerdo.




La fotografía que me tiene enamorada es la del “confín del confinamiento” del geógrafo y urbanista Rodolfo Caparrós. Muestra el pueblo más bello no ya de Almería, del mundo entero. Estoy hablando, cómo no, de Rodalquilar. En la imagen puede admirarse una gama de verdes que contrasta con los azules y ocres que ya me habían robado el corazón. Porque ha llegado la primavera en todo su esplendor y al Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar le sienta bien que solo lo habiten los cabogateros.




Os voy a contar una intimidad. Otra más. Total, esto se acaba y ya voy a tirar la casa (y los secretos) por la ventana. Ahí va: yo siempre quise casarme en Rodalquilar. No por casarme. Solo por Rodalquilar. Frente a las minas. Junto a la iglesia. En el jardín botánico. La historia es que, a raíz de la instantánea, ayer se lo confesé a Rodolfo, quien me puso en mi sitio con su clarividencia habitual: “Yo llevo casado con Rodalquilar desde mi ya lejana juventud”. ¡Maldito sea! ¡También en esto se me ha adelantado!




En unos días nuestro alrededor se llenará de imágenes de reencuentros. Con paisajes añorados, pero en especial con seres queridos. Me pregunto si reprimiremos las muestras de afecto porque el miedo sigue ahí, agazapado, y los datos de contagios no todos los días son buenos. “El Covid-19 no se erradica con el confinamiento, solo es un modo de evitar que enfermemos todos de golpe y volvamos a colapsar el sistema”, me advertía antes un amigo. Y yo lo sé. Sin embargo, intuyo que esto ya no tiene marcha atrás. Necesitamos volver a encontrarnos en la mirada de otro y mandar al carajo las pantallas. Necesitamos sentir, sin simulacros ni engañifas, el peso de la vida. Y eso está ahí fuera.







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