Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada

Imagen de la serie El mundo visto desde casa, con la que el fotógrafo experimenta las posibilidades de la cuarentena.
Imagen de la serie El mundo visto desde casa, con la que el fotógrafo experimenta las posibilidades de la cuarentena. Carlos de Paz
Marta Rodríguez
07:00 • 16 abr. 2020

Acaban de decir en la tele que los españoles hemos dejado de ir al médico. Quiero decir, los que aún no estamos contagiados. Le hemos tomado tal pánico a la bata blanca y la sala de espera que se están registrando casos de apendicitis pasadas y dolencias más graves que la gente está pasando en su casa. Eso está muy mal. Y me consta que la preocupación es compartida: nos hemos vuelto hipocondríacos perdidos. Tengo una amiga que soñó que se encontraba un bulto en el pecho y recibía instrucciones telefónicas para quitárselo ella misma. En serio.




Una de las pocas cosas buenas de esta crisis es que nos está poniendo en nuestro sitio. Hasta me atrevería a decir que está impartiendo una suerte de justicia poética. No sé si os acordáis de un país al que algunos miraban con desdén cuando la economía mundial se desplomó en 2008. Sí, estoy hablando de Grecia, que tuvo que aguantar un buen chaparrón de críticas y una ayuda envenenada, digo, el rescate financiero, y ahora nos está dando una verdadera lección. Sus 2.000 contagiados y ‘solo’ 99 fallecidos deberían sacarnos los colores. Es lo que tiene haber blindado el país en cuanto se registró la primera víctima. Igualito que aquí.




Y hablando de crisis, ¿en serio la que se nos viene encima será mucho más dura, “la peor en el mundo conocido”? Pertenezco a una generación que se incorporó al mercado laboral en 2007, poco antes de que Lehman Brothers quebrara y, con ellos, las expectativas de cientos de miles de jóvenes, que desde entonces no han hecho otra cosa que dar tumbos en busca de una oportunidad. Ahora que empezábamos a sacar la cabeza, mira qué oportuno el coronavirus.




Al menos conservamos el sentido del humor. En treinta y pico días de confinamiento aún no han dejado de hacerme gracia los chistes malos. Recibes una llamada y de repente te ves contestando: qué casualidad, me pillas en casa. (Lo sé, lo siento). Luego he hecho una nueva amiga, que es una diva de diván total -uso este concepto con permiso de las hermanas Pacheco, que inventaron esta 'súper clase' social- y está viviendo una cuarentena que te pasas. Ayer me mandó este mensaje: “Me levanté a las once, bajé al trastero y lo que descubrí de mi pasado lo había olvidado; menos mal que me he hecho mayor y todo me resbala”. Este personaje trasciende de mi diario, merece una novela.




También me siguen alucinando las historias de escalera. El escritor Jorge Carrión se ha metido a bibliotecario de su edificio. Vamos, ha puesto sus libros al servicio de la comunidad. Los vecinos le piden recomendaciones por WhatsApp y él va dejando ejemplares en la puerta. Voy a implantarlo en mi bloque a ver si con suerte me llega un tupper de torrijas.






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