Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella

El Lengüetas, el popular quiosco cerrado a cal y canto debido a la crisis del COVID-19.
El Lengüetas, el popular quiosco cerrado a cal y canto debido a la crisis del COVID-19. La Voz
Marta Rodríguez
07:00 • 18 mar. 2020 / actualizado a las 12:48 • 18 mar. 2020

Esta mañana me ha despertado el sonido del afilador. Su singular melodía me traslada a mi pueblo, a cuando era niña y pasaba las vacaciones y los fines de semana en casa de mi abuela. Sin embargo, al ser consciente de lo raro que resultaba escucharla en este contexto de alerta me he inquietado un poco. He pensado si afilar cuchillos es de primera necesidad y si, por tanto, está justificado que continúe con su actividad. Espero que a raíz de este artículo nadie busque y sancione al afilador, porque lo cierto es que tampoco estoy segura de que fuera él.




Trato de agudizar mi capacidad de observación para escribir este diario y, pese a estar encerrada, la verdad es que suceden cosas en mi día a día. Hoy he salido a comprar el pan y rosquillas de Alhama y he presenciado una escena que me ha horrorizado: un montón de moscas enormes se arremolinaban en la puerta de mi bloque, como si ellas también tuvieran toque de queda o temieran contagiarse. Lo peor de todo es que al volver, unos quince minutos después, se habían desplazado hasta la ventana que hay en el descansillo. He creído que me acorralaban en su intento de alejarse al máximo de la calle. Inmediatamente he pensado en ‘Take Shelter’ (Jeff Nichols, 2011), una película que no recomiendo en absoluto estos días, y en el momento en que los pájaros huyen despavoridos porque perciben, antes que los humanos, que algo malo se acerca.




Pero no todo ha sido extraño hoy. Después de los dos intentos frustrados del otro día, al fin he podido comprar algo de carne: cinco filetes de pavo a precio de oro que he acompañado con un trocito de queso, ocho euros la cuña, que me tiene que durar toda la cuarentena. Me doy caprichos así para apoyar el comercio de barrio y evitar la locura de los supermercados; pero sobre todo porque no he tenido la suerte de un conocido, al que esta reclusión obligada lo ha pillado con una chica en casa metidos de lleno en las primeras urgencias del amor. Creo que son los confinados más felices de España. Espero que nadie que esté leyendo esto sancione a la chica por no estar en su residencia habitual.




Y hablando de leer, no sé si alguien sigue yendo al quiosco a comprar el periódico y esto de verdad me preocupa porque hay muchos periodistas trabajando a destajo para informar con rigor. Se me ha ocurrido hacer un experimento, convertir esta columna en algo así como un mensaje en una botella: si hay alguien al otro lado con este artículo en papel entre las manos, que le haga una fotografía y me etiquete en Twitter (@m_rodriguezg), por favor. ¿Hay alguien al otro lado?



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