Diario de una cuarentena (XXXVI): ¡Jibia, bravas, mechas!

Peluquería de Almería, en plena fase cero de la desescalada.
Peluquería de Almería, en plena fase cero de la desescalada. Antonio Jesús García
Marta Rodríguez
07:00 • 07 may. 2020

Estoy feliz. Sabía que tarde o temprano la ‘nueva normalidad’ traería algo que me guste. Y ese algo es que los camareros volverán a cantar las tapas porque, al parecer, la carta se considera posible foco de contagio. Yo lo siento por ellos porque memorizar los nombres de algunas creaciones gourmet los pondrá en serios apuros. De hecho, puede convertirse en un verdadero trabalenguas. Ya los estoy viendo: obligados a coger aire para pronunciar con soltura la mac foie de buey o el falso rissotto de pasamar. Y tragar saliva para salir airosos entre la jibia acaracolada y el chile con totopos.




Me chifla lo antiguo. De ahí que esté feliz por volver a ese recitar de los platos en alto. Con mi memoria de pez, estarán condenados a repetir varias veces. En serio que no es mala leche. Abogo por profundizar en la relación con el camarero: mirarlo a los ojos, pedirle una recomendación, preguntarle qué tal la vida. Nada de esos sitios en los que eliges qué vas a tomar a través de una fría pantalla, o escribiendo un numerito en una casilla. Al carajo la modernidad, pienso con mi móvil de última generación delante.




Los días pasan y Almería se despereza. Ayer ya no tuve que hacer cola en la puerta del súper. El carril bici que va a la Universidad tiene más ciclistas de los que habría soñado nunca el ideólogo de esta vía que ya nació vieja por el poco uso. El Parque de La Molineta, ese espacio defendido hasta la extenuación por cuatro locos, parecía el sábado Central Park. Algunos nos preguntamos de dónde han salido tantos deportistas. Y, sobre todo, qué pasará con ellos cuando las restricciones acaben. No me fastidiéis, no emigrarán al centro comercial.




¿Os acordáis cuando conté que había empezado a oír una serenata de grillos en mi ventana? Pues parecen haber enmudecido. Ahora mi espacio sonoro lo ocupa un barbero, que da citas a voces quizá emocionado por haber vuelto a escuchar el familiar ruido de las tijeras y la maquinilla. Me recuerda al tendero de un mercadillo que te cuenta el género que tiene por mucho que tú no lo quieras saber en absoluto.




Hoy me voy a hacer un regalazo. Me voy a asomar, aunque sea de lejos, a ver la playa solo para comprobar que sigue en su sitio. Estos días he tenido miedo de que las hordas de personas que ocupan el paseo marítimo no respeten la distancia de seguridad. Pero ya está bien de síndrome de cabaña. Por muy bonito que sea el nombre, por muy protegida que me sienta entre estas cuatro paredes, la vida sigue. Conmigo o sin mí. Y me puede la curiosidad por ver qué es lo que viene ahora.






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