¿Y todavía a alguien le extraña que haga calor en otoño?

Las alteraciones que vivimos a nuestro alrededor tienen causa, y la sabemos hace años

El termómetro de la rotonda junto al Rafael Florido marca más de 30 grados un día de este octubre
El termómetro de la rotonda junto al Rafael Florido marca más de 30 grados un día de este octubre La Voz
Antonia Sánchez Villanueva
22:27 • 24 oct. 2022 / actualizado a las 22:28 • 24 oct. 2022

Llevamos tiempo asistiendo, entre el asombro y un cierto grado de cinismo, a acontecimientos que alteran nuestra vida cotidiana y el orden natural que conocemos de las cosas. 



Cuando en marzo de 2020 nos alcanzó el zarpazo del covid-19, una pandemia de esas de las que hasta entonces solo habíamos sabido por los libros de historia, la tachamos de imprevisible e impredecible. Si la sequía se ha instalado de manera pertinaz en nuestras vidas y en nuestras economías sureñas, mientras en el norte empiezan a convivir con ella del todo estupefactos por falta de costumbre, todavía nos seguimos interrogando y mirando al cielo como si este guion solo lo escribiera la providencia.



Dedicamos horas de conversaciones y muchos espacios de información a dar vueltas retóricas al inusual calor que está haciendo este otoño -recuerden, en Almería hemos batido récords históricos de temperatura en octubre- como si solo fuera una simple anécdota propia de una charla rápida de ascensor, sin adentrarnos la mayoría de las veces en todas las grandes y graves consecuencias (incendios forestales, falta de lluvias, escasez de agua...) que se vislumbran tras ese comportamiento del termómetro, aquí como en el resto del planeta. Vidas y haciendas sacudidas por la caprichosa naturaleza. 



O no tan caprichosa, porque lo paradójico es que buena parte de lo que nos viene ocurriendo ya estaba, de una manera o de otra, con más o menos contundencia, escrito, dicho, televisado, radiado, posteado y academizado en rigurosos trabajos de investigación. Sí, el calentamiento global era esto. El cambio climático se ha dejado sentir con una evidencia contumaz, a prueba de discursos negacionistas, que haberlos sigue habiéndolos, pese a todo. Ya sabemos que la ceguera y la codicia humanas -que de esto hay mucho agazapado en las posturas negacionistas- llegan a límites insospechados. A esos sí que no se les ve venir. 








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