El cohete almeriense con el que soñó toda España

Un grupo de muchachos de La Salle quisieron convertir Los Escullos en Cabo Kennedy

El equipo del cohete España-1, con el periodista Tico Medina y el cohete detrás.
El equipo del cohete España-1, con el periodista Tico Medina y el cohete detrás.
Manuel León
00:56 • 13 ene. 2019

Hubo un tiempo en el que, salvando las distancias, Cabo de Gata estuvo a punto de convertirse en Cabo Kennedy y en la Puerta Purchena brilló  el aluminio de un cohete de siete metros  que iba a ser lanzado desde Los Escullos con un ratón a bordo. 



No es ciencia ficción, es parte de la exótica carrera espacial en la que se vio inmersa Almería, entre 1966 y 1968, que llegó a tener en vilo a toda España: Almería estaba a punto de lanzar un cohete al espacio, lo que no habían hecho nada más que los rusos con el Sputnik hasta ese momento, e iba a ser obra de una docena de muchachos que en vez de buscar novia, se dedicaban a estudiar el cálculo orbital.



El cerebro de esta fascinante aventura fue José Luis Torres Cuadra, un estudiante de sexto de bachillerato de La Salle al que le asustaba el fútbol y prefería dedicar los recreos a experimentos físicos y químicos, ver cómo prendía la pólvora o cómo funcionaban los fusibles. José Luis encontró varias almas gemelas con las que le gustaba comentar las andanzas de los rusos en el espacio y esas primeras fotos del cosmonauta Gagarin en la cápsula que aparecían en los periódicos que vendía el kiosco al lado de su casa en Alcalde Muñoz. 



Con el permiso de su padre Augusto, un dependiente de Marín Rosa, construyó un pequeño laboratorio en la azotea con la loca idea de diseñar un cohete junto a sus amigos. Eran siete, los siete magníficos les llamaron en la prensa de la época, y un delineante les ayudó a hacer el proyecto en una cartulina de cuatro metro que extendían sobre una mesa de carpintero. Por allí pasaron, entre otros, Antonio Torres, Enrique Arranz, Antonio Guardiola, Juan José Planta, Sebastián Aparicio, Ricardo Carmona, José Andrés López Palomares, José Ramón Martínez, Juan José Tonda, Tomás Espinosa, Francisco Cuadra Silvente, Antonio Bascuñana y después la única muchacha, María Angustias Muñoz Jofré, hija del teniente coronel de la Guardia Civil. Pertenecían a la Escuela de Maestría Industrial unos y a La Salle otros, pero trabajaban con el mismo ímpetu de búfalo hasta la madrugada, bajo noches estrelladas, para hacer realidad un sueño que aún no había pasado de ser una chifladura adolescente.



Pero ganaron en 1966 el Premio Nacional Dulcinea, con el plano de ese cohete almeriense, en la modalidad de Mejor Aventura Juvenil, que otorgaba el Frente de Juventudes con una dote de veinte mil duros y la vida les cambió: viajaron a Madrid a recoger el galardón de manos de Juan Antonio Samaranch y fueron recibidos, en loor de multitudes como cardenales, por el ministro de Marina, Nieto Antúnez y por el subsecretario general del Movimiento, Alejandro Rodríguez de Valcárcel. 



Con todo el desparpajo del mundo, los muchachos almeriense les pidieron, lanzados como estaban, de todo a los gerifaltes: un barco para recoger la cápsula, camiones, ayuda militar y dinero, mucho dinero. Y encontraron una colaboración plena para ver si podían convertir al hijo del dependiente de Marín Rosa, en un nuevo niño prodigio del Régimen, como fue Joselito, Arturito Pomar o Marisol, pero en la faceta científica. 



Pasaron por las redacciones del Diario Pueblo y del Informaciones donde Tico Medina, Yale o Manolo Alcántara les hicieron gloriosos reportajes a doble página, entre la admiración y el sarcasmo. 



Al volver, se pusieron manos a la obra y fueron conscientes de que la azotea de José Luis se había quedado pequeña y obtuvieron permiso para montar el cuadro de mandos y ensamblar el cohete en el Cuartel de la Misericordia. Pero necesitaban más dinero. Alberto Oliveras, en su programa nacional ‘Ustedes son formidables’ abrió una colecta y se organizó una corrida de toros a beneficio del España 1, el nombre del cohete. Todo iba a pedir de boca y la madre de José Luis ya había tejido el traje de astronauta del ratón blanco, que fue bautizado como Adolfo.


Hicieron una prueba en El Alquián, con un estruendo enorme, y en un antiguo búnker de la Guerra, en Los Escullos, empezaron a montar la base de lanzamiento. Talleres Oliveros y Cabezuelo colaboraron en fundir las piezas del motor de 23.000 caballos y la hidrazina para el combustible la donó el Ministerio del Aire. 


Se puso como fecha del lanzamiento el verano de 1968, cuando los americanos aún no habían pisado la luna, con el cálculo de que el cohete ascendería 90 kilómetros. Toda España estaba pendiente del cohete almeriense, que fue portada del diario ABC en mayo de 1968; todo el país quería ver triunfar a aquellos inquietos muchachos del sur.


Pero al ministro del Aire, general Lacalle, le pareció que la aventura de aquellos chiquillos había llegado demasiado lejos, que España ya contaba con el centro de lanzamiento de cohetes de Arenosillo (Huelva) e intrigó para que se suspendieran todos los planes del  legendario lanzamiento de Los Escullos y a esos inquietos muchachos se les partió el alma y tardaron un tiempo en levantar cabeza.



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