La camilla y el lesionado de verdad
Los futbolistas de antes no se tiraban tanto ni eran tan amigos de hacer teatro

La Cruz Roja se lleva en camilla a Rojas del Estadio de la Falange. 1974.
En el fútbol de los años setenta cuando un jugador era retirado del campo en camilla es que estaba lesionado de verdad. En aquella época no estaba tan extendida la cultura de la pérdida de tiempo y tampoco se utilizaba la medida de tirar el balón fuera cuando se lesionaba un futbolista. El fútbol de entonces era más duro, más primitivo y el contacto físico formaba parte del juego.
Los árbitros eran más condescendientes con los defensas y la violencia estaba a flor de piel en cada jugada como si también fuera una parte fundamental del juego. En las gradas el partido se vivía con más intensidad y la gente participaba tanto en el juego que era raro el partido en el que no saltaba alguien al terreno de juego en busca del árbitro o de algún jugador del equipo visitante que le había hecho una dura entrada a Juan Rojas.
En aquel fútbol ancestral participaban los voluntarios de la Cruz Roja, tan envidiados por los niños porque tenían el privilegio de entrar gratis al estadio y ver los partidos pegados a la línea de cal. Su trabajo consistía en repartir antes de cada encuentro las almohadillas que el público alquilaba para poder sentarse en la grada de cemento y en estar atentos por si algún futbolista caía lesionado. En aquel tiempo, por lo menos en Tercera División que era la categoría en la que militaba el Almería, los equipos no solían llevar un médico en el banquillo. Si jugaban en casa el doctor estaba en el graderío, pero cuando iban fuera se consolaban con el médico del equipo local o con el equipo de la Cruz Roja que siempre llevaba algún enfermero con conocimientos suficientes para atender a los ‘heridos’ sobre el campo. El primer médico que vimos sentarse en el banquillo como si fuera uno más de la plantilla fue José Mario Albacete, en los primeros años del campo Franco Navarro.
Los camilleros de la Cruz Roja no gozaban de popularidad entre el público y con frecuencia recibían las críticas del respetable. Si un jugador se lesionaba y los voluntarios tardaban en salir al campo, era normal que la gente les gritara: “Salid ya, gandules”. Si por el contario saltaban antes de tiempo para atender a un rival, siempre había quien le recriminaba su acción diciendo: “¿Dónde vais, si es cuento?”. Era también habitual que los aficionados se alteraran cuando el lesionado era un jugador del equipo contrario. Cuando un rival se quejaba amargamente tirado sobre el campo, la gente coreaba: “Ay, ay, ay”.
A veces, en su afán por salir con rapidez del terreno de juego llevando un lesionado, se les volcaba la camilla o tenían dificultades para transportar a un futbolista si no había suficientes camilleros. En esos momentos se ganaban otra reprimenda del público. Todavía no se habían inventado las camisetas con ruedas y todo se hacía con las rudimentarias camillas que ya se utilizaban en la guerra de Cuba. Los voluntarios de la Cruz Roja podían entrar gratis al fútbol y ver de cerca a los jugadores del Almería, pero también sufrían lo suyo por las ganas de bromas y de juerga de los aficionados.
En aquel fútbol lleno de épica la hinchada también jugaba y a veces lo quería hacer con tanto vigor que algunos terminaban por convertirse en protagonistas desde las gradas. Alguien dijo una vez que los campos de fútbol eran como la consulta de un psicólogo y que la gente iba allí a descargar toda la presión acumulada durante la semana en el trabajo y en la familia. La grada era el único sitio donde se podía gritar e insultar libremente en una época en la que la violencia se admitía como si formara parte del juego. Las primeras veces que me llevaron al fútbol, cuando no tenía más de seis o siete años, la emoción de estar viendo un partido en el estadio se teñía de miedos cuando el público empezaba a gritar y sobre todo, cuando había algún altercado entre los aficionados, que también era frecuente.
Había hinchas marcados por el estigma de la violencia que protagonizaban frecuentes altercados. La policía los conocía y procuraba calmarlos antes de tomar medidas mayores. Algunos saltaban al campo en busca del árbitro y tenían que ser reducidos por las fuerzas del orden sobre el mismo terreno de juego.
El miedo escénico que acuñó Jorge Valdano para el Santiago Bernabéu se podría proyectar sobre algunos campos de fútbol de la provincia de Almería que durante años tuvieron fama de polémicos por la enorme presión que ejercían los aficionados, que llegó a desembocar, en alguna que otra ocasión, en agresiones a los arbitros.
Uno de los recintos más temidos fue el del San Roque, también conocido como el campo de 'Las Tres Tumbas'. Su fama le venía más por el aspecto del lugar, un pequeño descampado metido entre las rocas de una montaña, en el corazón mismo de las cuevas del barrio de Pescadería. El camino para acceder al lugar asustaba, por lo que más de un colegiado llegaba al partido con el miedo metido en el cuerpo, pronunciando una frase muy común: “Dónde me he metido”. Allí no había gradas donde más o menos los hinchas pudieran estar controlados; alrededor del terreno de juego estaba el cerro con sus cuevas y cada rellano un grupo de espectadores recién salidos del Paleolítico Superior.