El reloj que se paró en las 12,15

No hay que adelantarlo ni atrasarlo con la primavera y el otoño

Reloj del edificio de Unicaja en el Paseo de Almería
Reloj del edificio de Unicaja en el Paseo de Almería
Manuel León
21:26 • 01 abr. 2019

Hay un reloj en Almería por el que no pasa el tiempo, no sufre prisas ni retrasos, ni hay que adelantarle la hora cada primavera. Es un reloj de altura, mucho más que uno de cuco, anclado a una medianera noble del Paseo, haciendo esquina con la antigua calle Sagasta, actual General Tamayo, ese militar que nadie conoce ni nadie sabe por qué razón tiene calle tan principal en Almería. 



Está ese cronómetro del edificio Unicaja, de piezas blancas como pegadas con superglú, varado desde tiempo inmemorial, no en las cuatro y diez de Aute, sino en las doce y cuarto, casi en la hora del Ángelus. Nadie debe mirar mucho a ese reloj capitalino, anclado en ese bloque que fue diseñado por Javier Peña en 1968, cuando la ciudad entera competía en la carrera de la verticalidad. Nadie debe haber caído en la cuenta de su quietud: ni siquiera Francisco Ortiz Nieto, el célebre escritor almeriense de Cartas al director, que ha tecleado más de mil misivas en una vieja Olivetti, en su despacho de la calle Altamira, advirtiendo de cualquier nimia anomalía urbana. Y, mientras tanto, pasa la vida y el reloj de Unicaja sigue parado, sin marcar las horas, obedeciendo a Armando Manzanero en su célebre bolero.



Ninguno de los transeúntes que caminan bajo sus agujas celestiales recuerda cuándo fue la última vez que lo vio con cuerda, ni los clientes del kiosco El Canario, que lleva allí toda la vida. Quizá funcionase cuando el edificio lo inauguró Suquía como sede social del antiguo Monte de Piedad y Caja de Ahorros, cuando se hermosearon las paredes con un mural de Luis Cañadas, lienzos de Cantón Checa y Pituco y una vidriera de Ballester.



Son miles las personas que por allí transitan a diario, junto a la sala de conferencias y exposiciones de la Obra Social de Unicaja, en ese bloque de nueve plantas donde estuvo también Asempal, donde presentaba el Padre Tapia todos sus libros, que suman tanto papel como para forrar el Maestro Padilla entero.  Tanta y tanta gente -taxistas con parada, abogados, cajeros de sucursal, dependientas, clientes del Santander, autónomos camino de ser desangrados en la sede de Hacienda- pero nadie parece caer en la cuenta de que el reloj de Unicaja ya no da la hora. 








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