La Voz de Almeria

Tal como éramos

El obispo más guapo del mundo

Ángel Suquía fue el obispo más atractivo. Posó como un actor para la cámara de Luis Guerry

Don Ángel Suquía retratado en todo su esplendor por la cámara del artista Luis Guerry.

Don Ángel Suquía retratado en todo su esplendor por la cámara del artista Luis Guerry.Luis Guerry

Eduardo de Vicente
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Acostumbrados a don Alfonso Ródenas, con su cuerpo de bonachón algo pasado de kilos y su estampa de repartidor de caramelos a los niños, que por un dulce le besaban el anillo como si tuvieran a Dios delante, don Ángel Suquía supuso una revolución más allá de sus nuevos pensamientos teológicos. Cuando pensábamos que los obispos tenían que ser veteranos y con cara de sacristía, apareció en escena un joven prelado de ojos oscuros, labios carnosos y cuerpo atlético, que parecía recién aterrizado de un plató de cine.

Don Angel Suquía fue el primer Obispo español nombrado después del Concilio Vaticano Segundo. Fue considerado entonces también como el primer Obispo moderno. Cuando llegó a Almería era un hombre de cincuenta años, con una profunda formación cultural y espiritual, que había bebido en las fuentes del Concilio y traía en su equipaje las directrices de la nueva Iglesia. 

“El Concilio quiere que el Obispo sea de todos y para todos”, fueron las primeras palabras que dijo cuando el 16 de julio de 1966 se presentó por primera vez ante el pueblo de Almería. Aquella tarde, subido en un coche descapotable, recorrió lentamente el Paseo, la Puerta de Purchena, la calle de las Tiendas, Mariana, Cervantes, antes de llegar a la Plaza de la Catedral donde se rozó con la gente para que los fieles pudieran tocarlo y besarle el anillo. A ellos les dijo: “La divisa de mi escudo dice: Por vosotros y por muchos” y si alguna preferencia cabe en él es por los pobres y débiles, por los que sufren”.

Don Angel llegó a Almería cuando la moda yeyé se imponía entre la juventud de la época, y en cierto modo fue también un Obispo yeyé por su constante preocupación por adaptarse y acercarse a los jóvenes, superando las muchas barreras que se encontró en una diócesis como la de Almería, anclada todavía en los cimientos de la antigua Iglesia.

Don Angel era distinto hasta en el físico. Era un tipo atlético, que se alejaba del estereotipo del Obispo tradicional de trono y despacho. Era ante todo un sacerdote activo, de batalla diaria, de trinchera, preocupado siempre por los problemas de la gente en la calle. No era un hombre mustio ni sombrío, sino un personaje simpático que contagiaba su alegría por donde iba y transmitía optimismo constantemente. Uno de los rasgos que más impresionó a los curas almerienses de aquella época fue su naturaleza de deportista: los lunes, que era su día libre, solía quitarse la sotana y amparado en el anonimato de su indumentaria de paisano, se iba a los cerros a subir cuestas. Cuando llegaba el buen tiempo, todas las mañanas, antes de empezar su tarea, se iba a la playa más solitaria y nadaba durante media hora.

Como no quería estar todo el día sentado en su despacho recibiendo visitas y firmando documentos, solía organizar frecuentas excursiones a los pueblos más escondidos de la geografía almeriense para visitar a los curas que en las aldeas más remotas ejercían su oficio. Quería hablar con los sacerdotes personalmente, interesarse por sus problemas y conocerlos espiritualmente. En una de las visitas que hizo a un pequeño pueblo de la zona de Levante, le preguntó al párroco que cómo podía sobrevivir con un sueldo tan pequeño. En esas incursiones al interior es cuando el Obispo descubría que estaba en la diócesis más pobre de toda España. Como don Angel solía recibir muchos donativos del País Vasco, su tierra, no dudaba en emplear parte de los obsequios para repartirlos entre las parroquias.

Además, consiguió que a los curas de los pueblos más pequeños, donde el sueldo de un sacerdote no le daba ni para poder comer todos los días, les subieran la paga. “¿Cómo vivís los curas en Almería de una forma tan misera?”, preguntó en uno de sus frecuentes viajes.

Don Angel impresionaba a todos con su gran don de palabra, con su impresionante físico y su costumbre de levantarse temprano para irse a correr, a subir montañas o a nadar a la playa, pero lo que más sorprendía del obispo guipuzcuano era su vocación de sacerdote callejero que lo empujaba a llevar el templo hasta los rincones más desfavorecidos de la ciudad. Visitaba los colegios, se reunía con los maestros y cuando se había su confianza, se presentaba en las clases y durante un rato se ganaba la atención y el cariño de los niños con sus dotes de orador y un toque de ternura que lo hacía más cercano.

A finales de 1968, emprendió una visita pastoral a la extensa parroquia de San Roque, que se prolongó durante cuatro meses. Don Angel quiso estar al lado de los desheredados, de la gente del barrio de La Chanca que todavía habitaba las cuevas de los cerros donde aún no habían llegado ni la luz ni el agua y faltaban los alimentos y las medicinas.

tracking