El cortijo donde nació El Puche
El Ministerio de la Vivienda adquirió el cortijo El Puche tras las inundaciones de 1970

La finca cortijo El Puche a finales de los años 60, antes de convertirse en un barrio de mil viviendas.
En la margen derecha del río Andarax, entre la barriada de Los Molinos, el Ingenio de Monserrat, las vías del tren y el paraje del Mamí, sobrevivió hasta finales de los años sesenta una hermosa finca conocida como Cortijo Puche, una de las grandes propiedades de la vega almeriense, que en el siglo XIX contaba con un importante molino desde donde se organizaba la conducción del agua hasta la red de la Puerta de Purchena, a través de un recorrido de casi tres kilómetros.
Era un escenario bucólico, custodiado por un ejército de moreras, con campos de cultivo y una balsa que aseguraba el abastecimiento de agua en los periodos de sequía. El cortijo era de grandes dimensiones y a lo largo de sus más de siete hectáreas de superficie estaba rodeado de rosales, de higueras, de eucaliptos y de fértiles bancales que daban buenas cosechas. Tenía vaquería, cochiqueras y una capilla familiar donde se rezaba los domingos. La finca estaba protegida de las avenidas del río por un viejo muro de defensa que había levantado en 1899 el farmacéutico Vivas Pérez, que en aquel tiempo era el dueño de todos aquellos terrenos.
El último propietario del Cortijo de Puche fue el médico Guillermo Verdejo Acuña, que disfrutaba de aquella finca de recreo tan cerca de la ciudad y tan alejada a la vez. El lugar fue inmortalizado por el cine cuando en junio de 1965 se grabaron en la finca algunas escenas de la película Mando Perdido con Alain Delon y Claudia Cardinalle en el elenco de actores.
Los Verdejo solían reunirse los fines de semana en el cortijo. Era el lugar perfecto para aislarse del ruido y de las prisas de la vida de la ciudad, y un paraíso para los niños que podían jugar a sus anchas siempre que no se acercaran a la balsa, y disfrutar de todo un campo de fútbol que la familia había levantado en uno de los solares vacíos. Allí estuvieron hasta que a comienzos de 1970 el Ministerio de la Vivienda se fijó en aquellos terrenos para proyectar sobre ellos un nuevo barrio de viviendas sociales.
En enero de ese año, después de que la ciudad sufriera graves daños por los temporales de lluvia que habían azotado Almería desde el mes de diciembre, la Obra Sindical del Hogar y Arquitectura cerró la compra del Cortijo Puche para levantar mil viviendas donde poder alojar a los damnificados que se habían quedado en la calle. En apenas quince días cayeron 115 litros por metro cuadrado. La lluvia fue recalando las entrañas de la tierra hasta que el martes, 13 de enero, un persistente aguacero de más de ocho horas sembró el caos en la periferia. Las zonas más afectadas fueron el Barrio Alto, La Chanca y el Cerro de San Cristóbal. 435 viviendas se derrumbaron y 2.118 casas y chabolas fueron declaradas en ruinas. Desprendimientos de tierra, techos caídos, hogares inundados por un metro de lodo, formaron un panorama desolador en una ciudad que no estaba habituada a recibir tanta agua. En dos meses y medio, de noviembre hasta el 17 de enero de 1970, se recogieron 315 litros por metro cuadrado, cuando la media anual de precipitaciones no superaba los 244.
Los miles de damnificados tuvieron que ser alojados en distintos albergues y centros de acogida de la capital mientras que llegaban las ayudas institucionales. Para atender a todas las familias afectadas por el temporal, el Instituto Nacional de la Vivienda adquirió, por 20 millones de pesetas, la finca del Puche. El proyecto contemplaba la construcción de un área residencial destinado a recoger a todas las personas que se habían quedado sin hogar y a aquellas familias que seguían viviendo en condiciones de miseria, víctimas del chabolismo que continuaba latente en los suburbios de Almería.
En mayo de 1971 comenzaron las obras y en enero de 1976 ya estaban terminadas. Se construyeron 495 viviendas de una sola planta, que costaron 163 millones de pesetas, y 500 viviendas de cuatro plantas por 111 millones.
Los primeros pobladores de El Puche procedían de las cuevas de La Chanca, del Barrio Alto y del antiguo Patio del Diezmo. Todos llegaron de forma accidental. Ninguno invirtió allí, no desembarcaron por su propia voluntad, sino que se vieron obligados a habitar aquel lugar destinado a gueto, cuando la mayoría hubiera preferido tener la oportunidad de seguir viviendo en sus barrios de siempre, donde habían nacido y donde antes lo habían hecho sus padres. Fue un éxodo forzoso que marcó la vida del lugar y le proporcionó ese carácter de desarraigo que siempre ha tenido.
Eran familias pobres, perseguidas en su mayoría por el fantasma del paro y con escasos recursos para prosperar, por lo que no tardó en convertirse en un asentamiento marginal, muy castigado por el desempleo, la droga, la delincuencia y el absentismo escolar.
El Puche nació con vocación de gueto, de barrio desarraigado, de zona de acogida donde todos llegaban de paso, huyendo de otras miserias. Siempre fue un lugar de exilio, primero de la gente que un día perdió sus casas por las inundaciones, y ahora de los miles de magrebíes que pueblan sus viviendas y forman más de la mitad de su población.