La Voz de Almeria

Adra

Sé lo que hicisteis aquel verano

La playa de San Nicolás de Adra era nuestro rincón vacacional

Playa de San Nicolás en Adra.

Playa de San Nicolás en Adra.Colección de Andrés Aguilera.

Pepe Cazorla
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Aquellas mañanas de finales de los sesenta del siglo pasado con los primeros rayos de sol, la playa de San Nicolás comenzaba a llenarse y a escucharse los gritos de los chiquillos ansiosos por ser los primeros en lanzarse al mar y tirarse una ‘puíca’ en las aguas cristalinas. Un beneficio para la salud. 

Mañanas y tardes eternas en periodo estival que iban entrelazadas con juegos hasta la propia extenuación del participante. En esta playa emblemática de Adra probé mis primeros espetos de sardinas atravesadas con cañas cuyas puntas, habían sido sesgadas con navaja marinera y dónde el fuego, rodeaban unas piedras siguiendo una receta ancestral que heredamos. 

Se podían ver embarcaciones emblemáticas, como el ‘Melica’, ‘Andresin’, ‘Tío Pedro’ o ‘Mí Ana Maria’ que navegaban desde el pesquero y cruzaban la bocana con sus cubiertas llenas de sardinas. A la playa le sacábamos el jámago.

Apenas si nos dábamos protección solar. Te tostabas de tal manera que parecías un pino quemado. Te ponías más negro que el hollín. Sin duda, la natación a brazas y las apuestas para saber quién llegaba más lejos nadando se llevaba la palma. 

Llegar, se llegaba lejos, pero, ¿y volver?, algunos eran recogidos por un bote cabecero a remos. Mención especial tenía a nado atravesar la bocana en ida y vuelta. Otro de los juegos clásicos que se podían ver y de mucho equilibrio, era hacer en la propia playa (rebalaje) las famosas torres humanas, unos subidos sobre otros hasta completarla en la corona, con el chaval más delgadillo rebuscado.

No se crean que era fácil mantener el equilibrio sobre el agua y la arena, no; aquello se llenaba de curiosos que más que observar terminar la hazaña, esperaban el clásico derrumbe y talegazo. Los más atrevidos iban a zambullirse al Puerto para bucear a pulmón sacando corrucos por kilos. 

Cómo olvidar aquel neumático negro de tractor o camión que con el sol, se ponía más caliente que un balonazo en la oreja y que además, servía de flotador y como te rozaras con su válvula que estaba sobresalida, te podía apuñalar en el costado dejándote ‘baldao’ para todo el día. No existían castillos inflables, kayak o motos de agua. 

Pero había muchísima diversión. Enterrarte de pie y hasta el mismo cuello con solo la cabeza para respirar en la playa, era una diversión faraónica y en la cuál te veías embalsamado de arena mientras el sol asomaba como un dinosaurio a punto de aplastar una hormiga, y la bola de fuego te cegaba por completo, esperando impaciente al guapo que te sacaba de allí cuando todos habían salido por patas.

Otro clásico veraniego era saltar, tirarse desde ‘la piedra de pico’, una roca puntiaguda a la ribera del espigón de levante que sobresalía sobre el nivel del mar y que servía de trampolín para aquella chiquillada. 

Recuerdo al famoso y apodado ‘El niñillo’ que era un pulmón nadando y una especie de Johnny Weissmuller, (Tarzán), saltando de cabeza como nadie desde la proa o también desde los palos de los pesqueros atracados en puerto. Era un fenómeno para los días de cucaña alzándose cada verano con una bandera.

Eran días de verano en los que hacías carrera con amigos entre el romper de las olas y la arena. Había que tener cuidado si corrías y tropezabas con una sandía clavada junto al agua para su refresco o pegarte un leñazo padre al quitarle la capucha de plástico con el dedo gordo del pie a ‘La casera’ (gaseosa) que se encontraba semienterrada en el rebalaje. No os cuento nada de la cerveza de litro que como le dieras a la chapa con una uña, te la ponías de repuesto.

Cuando el sol picaba entrada la hora de comer, no había quien pudiera cruzar la arena descalzo de un extremo a otro por lo caliente de esta que te llegaba quemar las dos plantas de los pies. La culpa la tenían muchas veces los pilotos de las avionetas que lanzaban al vuelo rasante regalos de crema Nivea y por el viento, caían algunas a tierra y los niños salíamos achicharrados de pisar chiscos de arena.

Aquel cañaveral amazónico daba una singular estampa a la playa San Nicolás que día sí y otro también, se llenaba de un gentío rebosante, que aún guardo en mis retinas y foro interno; algo parecido a una bomba atómica sentimental. 

Eran tiempos de chozas construidas con cañas y sábanas al sol engullidos para pasar todo el día marcados con anterioridad en el calendario. Aquellas cañas para construir las chozas en la playa al que había que pedir permiso y que cortábamos en un linde junto a los bancales propiedad de Eugenio en ‘El Cercado’ en unos terrenos que tiempo después, se construiría una pista para las prácticas para la obtención del carnet de conducir de ‘Autoescuela García Galindo’. Eran tiempos donde las noches refrescaba y tenías que ponerte una 'rebequilla'. Eran veranos que te enganchaban.

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