Las celebraciones en el Zapata
Eran platos pletóricos y casi interminables

Invitados en una celebración en el Hostal Zapata
En aquella época de los 90 del siglo pasado lo verdaderamente importante era encontrar el sitio donde celebrar el banquete, pues la mayoría de las bodas eran religiosas y se celebraban en la iglesia Inmaculada Concepción de Adra. Y aunque hoy en día parece impensable, lo cierto es que tampoco había muchas opciones entre las que elegir.
Muchas de aquellas bodas, Pepe Zapata y familia, llegaron a realizarlas en principio en el antiguo Hotel Abdera o Agrupa Adra. En este último lugar, las propias cajas de la cooperativa agrícola eran revestidas de papel blanco sirviendo de asientos y mesas y que horas antes, todos los utensilios de cocina habían sido transportados hasta el lugar de preparación en furgoneta o camión. Un sacrificio.
Con el tiempo se pasaría a sillas y mesas de madera. Eran bodas casi consecutivas realizadas durante un fin de semana, primero el sábado de un número de comensales que podían oscilar entre los 1.200 a 1.800 o más en cada una de ellas y donde casi todos, podían hacer doblete estando invitados para el banquete del domingo. Parecía solo cambiar a los novios.
El mercado nupcial fue afianzándose y extendiéndose hasta lugares de la provincia de Almería y Granada. El teléfono de la familia Zapata echaba humo. Todos querían adquirir sus servicios para dejar a sus invitados muy contentos después de la comida o cena.
Y es que en la manera en que se servía la comida y se organizaba el ambiente se podía definir la experiencia de los invitados y se añadía un toque especial a cada evento. Porque, comer, se comía bien. A reventar, y a elegir. Primero con unos entrantes ibéricos y otros varios platos rodeados con caracola.
El conejo al ajillo, la jibia o la carne en salsa, calamares fritos o las gambas se entremezclaban entre los presentes para finiquitar con dulces, café y puro con un brindis a los novios con champagne. Ni que decir que en el momento de repartir los pasteles en aquellas cajas grandes por parte de los camareros era el momento álgido de la boda. Se completaba todo con barra libre y música en directo. Al final, créanme, las cremalleras de los pantalones y vestidos solían tener problemas para cerrar al final del día por las comidas.
Con el paso del tiempo la Familia Zapata crece y el negocio también. Se construiría un gran Hostal con dos grandísimos salones donde de una tacada podía celebrarse bodas, comuniones o eventos de cualquier tipo y es que Pepe, Pepe Zapata, creó el Hostal Familia Zapata. Un lugar donde ya lo tenía todo en uno, continuando y ofreciendo los mejores platos que salían de aquella cocina con un poderío inusual. La Familia Zapata era el mejor aliado para deleitar a sus invitados en el día más feliz de sus vidas, con sus salones decorados con todo tipo de detalles y con el buen hacer del personal.
Con ello, cambiaba el estilo de servicio, pero no su santo y seña. Eran mesas de doce invitados cada una y con todos los platos al centro, salvo aquellos menús que eran contratados por el responsable de la celebración y que se componían de primero y segundos platos, amén de casi lo anteriormente citado y otros platos de última generación como los Medallones de solomillo, Carrillada de cerdo ibérico, el lomo de Bacalao a la Vizcaína, o el Secreto ibérico.
Dependía de los gustos, presupuesto y del número de personas. Por entonces, los invitados se sentaban en mesas preasignadas y se les servía desde la elegante entrada hasta el sabroso postre. Cada plato se presentaba con atención al detalle a los propios novios y padrinos para dar el visto bueno y se servían con mimo. Era una experiencia formal y refinada, donde la comida era el foco principal de las celebraciones.
Aquella legión de camareros hacía un trabajo coordinado desde la entrada de los novios e invitados para disfrutar de la gastronomía del Hostal Zapata, rica y extensa donde sus platos eran un auténtico regalo a los paladares. Todo estaba ordenado y orquestado. La decoración era otro elemento crucial para lograr la atmósfera perfecta. Los principales detalles eran cuidados al detalle como el de la lista de invitados y la organización de las mesas.
Y es que antes, el principal objetivo era que todos los familiares y amigos estuvieran cómodos y disfrutaran de la comida y de la compañía en una jornada tan especial y llena de magia. Ya quedaron atrás en nuestra memoria aquellas bodas y celebraciones en ‘El Zapata' donde parecía que el objetivo era cebar a los invitados y obligarlos a pasar 5 o 6 interminables horas sentados en una mesa, degustando plato tras plato hasta el hartazgo. Incluso a veces tan mal acompañado que meterse un sinfín de gambas en la boca era la única opción para eludir una aburrida conversación o un indeseable reencuentro familiar.