La Voz de Almeria

Adra

Los viajes y consultas a la Casa del Mar

La primera línea del modelo articulado de los llamados ‘gusanos’ se realizaron desde Almería-Adra

Terminal de Autobuses en Adra

Terminal de Autobuses en AdraAndrés Aguilera

Pepe Cazorla
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Atrás quedan las épocas en que personas de todas las edades se trasladaban a la capital almeriense en los bautizados ‘correos’, míticos autocares de la empresa Alsina Graells siendo los días de consulta médica en la Casa del Mar en la capital, cuando se daba el mayor número de viajeros que se acercaban hasta Almería, amén de su Feria. 

Aquello era el hospital del Toyo 50 años antes; gente con la cabeza liada, otros con un parche en el ojo, los escayolados se contaban por docenas, gente que estaba más lesionada que la defensa del Madrid. Recuerdo a un señor larguirucho con sombrero que no presentaba síntomas algunos y que alguien le preguntó que a donde se dirigía, a lo cual contestó, que al “boquero” (dentista).

Eran viajes que servían hasta para levantar ánimos. Aquella primera estación que conocí apenas si cabía un autobús a puertas del edificio ‘La muñeca’ ya que en uno de sus bajos se encontraba Paco ‘El Polo’ que administraba los billetes de autobús sentado junto a una pequeña mesita para tal uso y que estaba llena de papelillos color blanco a letras negras para rellenar a bolígrafo destino y precio. 

Tiempo después cambiaría de ubicación con la construcción de una nueva terminal de autobuses a escasos metros de su antigua ubicación. Así mismo, apunto que en varios testimonios gráficos atestiguan que el primer espacio de la ciudad que sirvió de estación o parada de autobuses de Alsina estaba ubicada en el actual Bar ‘La Campana’, en la Carrera de Natalio Rivas, que heredaba su nombre por la campana existente en su día en la puerta de la estación para avisar a los pasajeros.

Costaba madrugones para coger el autobús “Setra Seida” de las 07:00 horas de la mañana en aquellos primeros años de los 70. Lo primero que escuchaba uno al llegar a la terminal era aquello de: ¡Vamos a la pipa y al cacahué!. A buena mañana, y con los ojos pegados aún por las legañas. 

Las ganas de comer pipas y casi a ciegas. Cuando el autobús rojizo comenzaba su marcha atrás lo hacía despacio para no dar con algún peatón u obstáculos. Alguno de la mar se desesperaba y le indicaba al conductor a grito pelado: ¡¡Dale una palailla avante! Y cuando no le entraba bien la marcha para cambiarla (ruido incluido) alguien le espetaba: ¿Es que no le llega la pata? (risas).

Los viajes en autobús en aquellos “Pegasos” eran toda una odisea, con el sonido de la radio y el bullicio de las conversaciones de los pasajeros. Se realizaban más paradas que comiendo en un buffet libre. Los viajeros que se sumaban en cada perpetua parada, entraban por la puerta trasera y les esperaba el cobrador que portaba gorra de la empresa y con el talonario de diversas rutas y paradas. 

En ese trayecto hablaba hasta el conductor. Las charlas iban de un costado a otro, de un oído a otro a veces interrumpido por el cacareo de una gallina en brazos. El humo blanco que provocaba los cigarrillos ‘Ideales’ o ‘Celtas’ anunciaba papa, pero de mareo, de la gorda y que esta no te pillara durante la travesía del Cañarete, porque entonces, con tanta curva, te temblaban las piernas todo el día. Ni punto de comparación tenían los viajes hasta Málaga.

Aquello era una especie de ‘Camino Curvero’ interminable. Ni qué decir tiene que no conocíamos el aire acondicionado ni la calefacción entre aquella humareda y gentío. El calor se soportaba abriendo algunas de las ventanillas con que contaban y había que tener cuidado con la cortinilla de color marrón para que no te golpeará como un guante en el rostro ya que salía disparada al vuelo azotada por el mismo viento entrante. 

Los asientos tenían un encanto especial, con características muy parecidas y de cuero que nos hacían sentir como en casa. Y como olvidar aquel cenicero de color gris a espaldas de cada asiento lleno hasta los topes de colillas y aplastadas como hormigas por la chapa que lo cubría. La llegada a consulta médica a la Casa del Mar era un velorio. 

Yo me había doblado el dedo meñique de la mano derecha hacia atrás en una mala caída en una parada jugando al fútbol. Tendría 9 años. Me enviaron a la capital y recuerdo a mí tía Mariana que me dijo: ¡Joselito, ni se te ocurra decirle al médico que eres de Adra! 

La verdad es que no entendí en principio a mí tía por sus palabras, pero una vez que entré en la sala fue lo primero que me preguntó aquel médico con calva abrillantada y que te tumbaba con la mirada. Yo por si las moscas, le dije que era de El Ejido, lo primero que se me ocurrió.

Hizo una mueca y no sé si medio me arregló el dedo, ya que aún no lo puedo cerrar del todo y emparejarlo del todo con el resto. Con el tiempo supe que el médico traumatólogo era Don Francisco Angulo, que me atendió bien, pero que me quedó la duda que hubiera ocurrido si le digo que era de Adra.

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