El arte y el mar
El arte y el mar
Entre lo mucho que yo haya podido leer, escuchar y ver (música de Debussy, pinturas de Turner, literatura aventurera desde Homero a Heminnway) destaca el mar como gran metáfora de la vida. Caben por supuesto otras visiones pero la más socorrida es la que revela el coraje del hombre por sortear peligros sin cuento en busca de tesoros nunca vistos. Tengo un amigo, hombre de la mar, que acaba de venir de pesca por las costas mediterráneas sin apenas suerte. Hace tres meses había suspendido un viaje al Mar de Arabia por miedo a los piratas. Pese a todo, le veo clarividente y sereno. Tamaña fortaleza moral frente a las dificultades es lo que más me llama la atención teniendo en cuenta que vivimos un tiempo de quejicas que todo lo achacan a la coyuntura política o socioeconómica. No se olvide que junto a la historia del arte, existe otra gran historia, ésta real, que narra las venturas y desventuras del ser humano por cruzar océanos peligrosos y embravecidos. Esa voluntad de hierro de no detenerse ante nada sean bajíos o monstruos sin nombre engrandece a la naturaleza humana contra cualquier turbulencia. El hombre moderno ha aprendido a mirar el mar como si fuera un gran animal domesticado, pero basta un pequeño desorden climático para que muestre su malhumor contra las circunstancias. Circunstancias que provienen generalmente de tierra. Claro que a la playa se puede ir con una revista “Pronto” donde nos informan del famoseo inútil o con la “Odisea” donde vernos a Ulises sufrir miles de tenebrosas aventuras hasta volver a Ítaca donde unos chuloputas se están apropiando de su mujer de su hacienda. El turismo, no obstante, ha descubierto una faceta nueva que recoge sin duda esencias antiguas. Es la pasión por conocer modos de vida distintos frente al mar. En esos paisajes el estresado turista que ya no busca ningún tesoro se queda mirando el mar como la mejor terapia. Es lo que dijo Manuel Machado con su incurable melancolía: “El mar, el mar y no pensar en nada”.