Un evento vital, puede llevar aparejado distintas consecuencias. Como ondulaciones en una línea recta, así pueden aparecer los cambios en la vida. Para sobrevivir, hay que adaptarse a los vaivenes que podamos sufrir, por imprevisibles que sean.

Teresa Rivero, se contaminó de un virus que dinamita las entrañas, manipulando un material sin que quizá tuviese la suficiente preparación para esa tarea. La decisión de recluir terapéuticamente a Teresa en el Hospital Carlos III de Madrid es una decisión de autoridad, como de autoridad fue el dar permiso para que entrase en nuestro país el virus del ébola. El aislamiento de Teresa persigue principalmente impedir que la enfermedad circule por otros torrentes sanguíneos y si además hay suerte, que su propio sistema inmunológico, venza a los microbios invasores. El aislamiento de la infectada es una medida de defensa social. 

Miedo y objetividad En el miedo al ébola hay una gran dosis de objetividad, pues se sabe como destroza el cuerpo humano; pero la preocupación se acrecienta al tratarse de una enfermedad que no tiene tratamiento conocido, de la que nuestros médicos no se examinaron en la Facultad. Ese temor a la enfermedad desconocida dispara las medidas protectoras excepcionales y así se aísla al que se sospecha meramente que ha podido tener cualquier roce con el virus sanguinario. Pero Teresa se ha de sentir afortunada, pues derrotada la infección al tener un sistema inmune para nota, en un tiempo dejará de vivenciar el estigma del infeccioso y cualquiera se tomará un café en una misma taza que ella haya usado.

Da miedo morirse joven, perder de golpe la vida que se lleva, aunque albergue desdichas. La muerte de una persona joven es algo antinatural. Es algo que no corresponde. No está escrito en nuestro apacible programa de vida. Para morirse hay una edad. Acumulamos planes de pensiones y demás previsiones de futuro, para combatir el desvalimiento que nos espera de mayores. Para terminar pagando en dinero negro, los cuidados imprescindibles de una persona desconocida que alguien nos recomendó.

La vida, en muchas ocasiones, es una oportunidad perdida que se prolonga durante años. Teresa, seguramente vivirá de otra manera. La dureza de su experiencia conformará su futuro. Rescatará lo que dejó de hacer, lo que le llenaba y mandará a paseo lo demás. Sentirá tanto el vacío de la pérdida de su perro de compañía Excalibur, como el abrazo inmenso de su marido Javier Limón, que por su contacto con ella, ha sufrido también aislamiento. El teléfono no es un buen vehículo para el amor, que siempre necesita la carne.

El amor solo es concebible entre vivos. Si hay un tipo de persona especialmente falsa, es aquella que proclama un amor póstumo a alguien a quien mientras hacía sombra, nunca daba un abrazo. El amor se nota en los hechos.

Ahora Teresa, fuera del control constante de los termómetros y monitores, crece en el deseo de seguir siendo joven. Salir airoso del encuentro cara a cara con la muerte, es un buen motivo para reanudar la vida.