Soy de Torre-Pacheco, vivo en Almería y quiero saber qué va a pasar ahora
Los pachequeros no queremos prensa sensacionalista ni fanáticos venidos de fuera a "salvar el pueblo"

Varios agentes de la Guardia Civil controlan los accesos durante una manifestación no autorizada y promovida por grupos de ultraderecha en redes sociales, a 15 de julio de 2025.
¿Qué va a pasar ahora? Anoche colgué el teléfono con esta pregunta instalada en la cabeza. Últimamente no hay día que no llame a mi madre desde Almería para saber cómo están. Para enterarme de si los tumultos del barrio de al lado, el del San Antonio, han cruzado ya el puente que lleva al mío, a nuestra casa. Para conocer cómo han vivido la jornada y si sus pensamientos coinciden con los que leo en el grupo de Whatsapp de mis amigas de toda la vida.
A pesar de los 30 años que las diferencian, sí, coinciden. Coinciden en la fatiga de un pueblo cuya convivencia se ha visto erosionada desde hace varios años por las redes sociales, por rutinas cotidianas que desgastan y por la búsqueda de identidad de quien ha nacido en el pueblo, pero por sus rasgos o nombre no se le identifica como tal.
Después de que Torre-Pacheco se haya convertido en un plató de cine donde grabar la película más taquillera del mes, sus habitantes se sienten como un mero producto de entretenimiento y, peor aún, como un instrumento de fines múltiples para ‘los de fuera’. Por un lado, para legitimar el racismo y los discursos de odio. Por otro, para que los políticos se froten las manos ante la oportunidad de señalar culpables y ganar votantes. Y, finalmente, para que los medios de comunicación ‘salven el mes’ con récord de audiencia.
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Visto esto, no es de extrañar que los pachequeros queramos que la prensa sensacionalista y los fanáticos y radicales venidos de fuera “a salvar el pueblo” lo abandonen. Porque no, esto no lleva 40 años pasando, como he oído decir a algunos tertulianos: crecí orgullosa de un municipio donde convivían 96 nacionalidades, con un motor económico multicultural [aun siendo 50.000 habitantes menos que en El Ejido, se acercan a las más de 100 nacionalidades que registra el INE en el municipio almeriense].
Tampoco somos un pueblo de racistas, como hacen entender determinados medios. Como periodista, me decepciona ver coberturas superficiales de temas tan complejos, sabiendo que, según cómo se cuente, una noticia puede incendiar aún más la situación.
Nadie se ha molestado en preguntarme antes de decirme: "Ahora entiendo por qué te fuiste de tu pueblo de fascistas", al igual que pocos se han aventurado a entrevistar a una vecina -que no sea buscada entre los manifestantes- para conocer, más allá de su posición política, cómo era vivir en el pueblo antes de que todo estallase.
Ya que no preguntan, contestaré yo. En Torre-Pacheco tenemos cuatro mezquitas, cuyos imanes -líderes religiosos- salieron el pasado lunes para pedirles a los chavales que regresaran a sus casas. Tenemos un sector agrícola portentoso que da de comer a gran parte de Europa y al que los trabajadores migrantes -que son el 30% del total de afiliados a la seguridad social- hacen un aporte fundamental en forma de mano de obra.
Contamos, también, con una población completamente acostumbrada a compartir las calles con magrebíes, hindúes, senegaleses, y un largo etcétera. Y tenemos, o teníamos, una convivencia que, si bien no era perfecta, nos permitía vivir sin abrir telediarios, aunque con el cansancio de tener que soportar las malas formas de grupos de jóvenes varones desarraigados que ni mucho menos representan a una mayoría.
Pero, sobre todo, teníamos un pueblo que, con sus imperfecciones, nos invitaba a volver veranos, navidades y fines de semana a todos los que lo abandonamos para estudiar o trabajar de lo nuestro. Y ya fuese por morriña o porque es allí donde verdaderamente nos sentimos como en casa, siempre hemos aceptado esa invitación.

Varias personas durante una manifestación no autorizada y promovida por grupos de ultraderecha en redes sociales, a 15 de julio de 2025, en Torre Pacheco.
¿Qué va a pasar ahora? Fue lo que pensé cuando mi madre, que por cierto se llama Paqui, me contó que ya parecía que, poco a poco, las cosas se iban calmando. Qué va a pasar cuando la policía deje de registrar todos los coches que entran a Torre-Pacheco. Qué va a pasar cuando se vayan todos los que no son de allí. Cuando España entera se olvide de nosotros y siga con sus peleas políticas allá en la carrera de San Jerónimo. ¿Cómo será la convivencia entonces? ¿Habremos aprendido algo?
Creo que cuando todo esto termine, quedarán las pintadas de “racistas” y “putas” ‘decorando’ la fachada del restaurante La Athabasca para que todo aquel que venga desde Cartagena pueda verlas y recordar. Quedará el miedo del bueno de Hassan después de que una turba de españoles extranjeros -y entiéndase extranjeros como no pachequeros- entraran a su local como una tromba de elefantes y rinocerontes que destruye todo a su paso. Quedará el estigma vinculado a nuestro gentilicio. Todo eso quedará, sí. Pero quiero pensar que algo habrá cambiado.
Ya no diré “soy de un pueblo cerca de Cartagena” cuando me pregunten de dónde soy, de dónde vienen mis raíces. Diré, con orgullo: “soy de Torre-Pacheco”. Y no será un orgullo nacido de los sucesos de estos últimos días, que para tantos almerienses evocan, con sus obvias diferencias, aquellos días oscuros de El Ejido en el año 2000. No.
Lo diré orgullosa por un pueblo que ha sabido dejar trabajar a la Policía y a la Guardia Civil para restaurar la calma. Lo diré orgullosa por esos mismos agentes que, a pesar del peligro, se han molestado en hablar con calma, cara a cara, con los vecinos de siempre para frenar su miedo.
Lo diré por esos mismos pachequeros que, de forma clara y unánime, han condenado la violencia que sacude al municipio, recordando que lo único que desean es vivir en paz. Y por ese hombre de 68 años que, tras recibir la brutal paliza, se ha levantado para pedir públicamente el cese de la violencia. No lo diré orgullosa por la imagen que se ha proyectado de nosotros, sino a pesar de ella.