El Lugarico: Lo de Enrique Ponce en la tele

Empalagosa entrevista en El hormiguero

Enrique Ponce.
Enrique Ponce. La Voz
Francisco Giménez-Alemán
19:14 • 27 may. 2023

La primera decisión que tomé cuando me hice cargo de la dirección de Telemadrid en enero de 2001 fue la de suprimir Tómbola, un programa de cotilleo y famoseo que al lado de lo que vemos hoy sería algo así como las hermanas de la caridad. Aquel formato, precursor de la televisión basura en España, se emitía en tres canales autonómicos: Valencia, Andalucía y Madrid, y después de su cancelación en las dos últimos terminó por desaparecer, aunque el subgénero tomó bríos en otras pantallas, especialmente en Tele5 que ahora, casi un cuarto de siglo después, da por agotado el tal engendro periodístico.



Desde que el entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, me ofreció la dirección general del Ente tuve pensado acabar con Tómbola. Siendo como soy partidario de la libertad de expresión entendía que una televisión pública, es decir costeada con los impuestos de los contribuyentes, no debía dar cabida a semejante espacio en el que presuntos informadores daban rienda suelta a sus opiniones, nunca contrastadas, sobre famosos y famosillos del momento. Me avergonzaba su sola contemplación como mero espectador. Y la decisión final la adopté el día que el programa se ocupaba de la hija de Julio Iglesias, Chábeli, a la que se había contratado con la siguiente cláusula: 150.000 pesetas –creo recordar- y el doble si a lo largo del paripé de entrevista la hacían llorar y la ponían fuera de sí, al borde un ataque de nervios. Aquella misma noche comuniqué que Tómbola dejaba de emitirse en Telemadrid. Hago gracia de los ataques que tuve que sufrir por parte de ciertos tertulianos del programa que vieron mermados sus ingresos, especialmente de Jesús Mariñas.



Traigo a colación estos recuerdos después de haber visto el martes pasado en Antena3 la intervención de Enrique Ponce, que hubiera estado más guapo calladito y en su casa de Almería sin hacer ruido. Porque, visto lo visto, leídos los comentarios en la Prensa y mis propias conclusiones, al maestro de Chiva le salió el tiro por la culata y si iba a la tele a lavar su imagen y blanquear su idílico reciente pasado, la operación resultó al revés, a costa de una empalagosa entrevista en El Hormiguero en la que el buen presentador que es Pablo Motos no perdió oportunidad para hacerle hablar de lo que nunca debió mencionar así como de falsear la realidad de sobra conocida, sobre todo en los círculos almerienses. Lo digo con pena porque siempre he tenido en alta estima al matador de toros Enrique Ponce –treinta años de alternativa-, uno de los grandes profesionales de la lidia que han pisado los ruedos en nuestra época. Y es de lamentar que ahora ponga su prestigio en almoneda, no se sabe muy bien con qué objetivos, pero desde luego con ninguno que pueda contribuir a mejorar la imagen que tenía en el planeta de los toros. Maestro: déjese asesorar por gente inteligente. Acaso se ha olvidado del público que año tras año le revalidó el récord taurino de más de cien corridas de toros por temporada y su otro récord de indultos. No le basta con sus cientos de orejas (recuerdo especialmente su apoteósico triunfo de 2006 en la Feria de Abril de Sevilla), y los comentarios que le dedicaba en sus comienzos mi inolvidable compañero Vicente Zabala así como la generalidad de la crítica taurina. Era muy difícil no disfrutar del buen sabor del toreo cuando Ponce se anunciaba en cualquier plaza de España, Francia o América. No destroce su buena imagen, torero, con cosicosas de la tele donde se le veía impostado, inseguro y, por qué no decirlo, rozando el ridículo.



¿O es que como me dice un amigo sobre su pretendida retirada: se va pero no se ausenta? O sea, que está disponible y quiso hacerlo saber al respetable y a los empresarios taurinos. No se puede entender desde el punto de vista de la propia estima que en gran artista de los ruedos cometa la ligereza de exponerse, de exhibirse ante todo el público, aficionado o no a los toros, para dejarse girones de prestigio bien ganado. Dicho sea todo lo que antecede con el mayor de los respetos a las decisiones personales, a la libertad de expresarse y a la de entender la vida como mejor le parezca. Pero todo personaje público, y Enrique Ponce lo ha sido a gran escala, tiene que someterse al escrutinio popular y, como en alguna de sus malas tardes en los ruedos, debe saber escuchar con apostura los pitos del respetable contrariado con su actuación. Eso mismo le ocurrió en la desdichada sesión de El Hormiguero: escasas palmitas, algunos grititos de desaprobación y, sobre todo, silencio, que es el peor de los corolarios cuando la faena ha resultado insulsa, con más pena que gloria.







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