El escritor que quiso escribir un libro a su hija por su cumpleaños y terminó ganando un premio
El autor leonés Fernando Pérez debuta con 'El banco más bonito del mundo', una obra que entrelaza memoria, relaciones y dignidad

Fernando Pérez, con su familia y su premio
Sentarse en un sitio concreto y entender que ahí, justo ahí, es donde uno se siente a sí mismo, es una de esas cosas que le da sentido a la vida. Una de tantas, sí, pero una de las más especiales. Hay lugares que no solo se miran: se respiran, se escuchan y, de alguna manera, devuelven una parte de lo que somos. Ese es el espíritu que recorre 'El banco más bonito del mundo', una novela que convierte un acantilado gallego en metáfora de autenticidad, memoria y búsqueda interior.
Detrás de esta historia se encuentra el escritor leonés que firma como Fany R.M., nombre literario de Fernando Pérez, ganador del Premio Círculo Rojo 2025 a la Ficción Contemporánea con esta ópera prima que nació como un regalo para su hija el día de su cumpleaños y terminó convirtiéndose en un homenaje a las relaciones humanas, a la dignidad de las personas mayores y a las segundas oportunidades emocionales. La novela, publicada por Editorial Círculo Rojo, entrelaza el presente de Paloma, una joven que encuentra un manuscrito oculto en su nueva casa, con el pasado de Sabrina, una mujer que revisita su vida para comprender lo que realmente importa. A partir de aquí, Fernando guía por la génesis de su obra, sus motivaciones y las emociones que laten detrás de cada página.

'El banco más bonito del mundo'
El manuscrito
La novela parte de un recurso tan clásico como inesperado: un manuscrito encontrado en una vivienda recién comprada. Para el autor, este hallazgo no fue solo una herramienta literaria, sino la solución a un dilema narrativo. Sabrina, la protagonista cuya vida vertebra la historia, muere en el primer capítulo. “Me resultaba extraño que fuera ella quien narrara directamente si acababa de morir”, explica. El manuscrito le permitió dar voz a su historia sin quebrar la lógica del relato y, al mismo tiempo, crear un puente emocional con Paloma, la joven que descubre ese testimonio.
Ella ocupa así un espacio casi simbólico. No carga con el peso narrativo, pero sí actúa como mirada externa, como lectora dentro del propio libro. Es testigo y reflejo, una especie de metáfora del lector real que se asoma a una vida ajena y, sin embargo, reconocible. Esta estructura dual permite que la historia avance en dos tiempos, donde pasado y presente dialogan sin competir. Como una especie de metaliteratura.
Desde la gratitud
En una conversación con LA VOZ, Fernando insiste en que ‘El banco más bonito del mundo’ nació sin grandes pretensiones literarias. “Este fue el primer libro que escribí con una estructura tradicional: introducción, nudo y desenlace. No sabía exactamente a dónde me iba a llevar”, recuerda. Sin embargo, la historia terminó encontrando su propia voz al abordar la viudez de Sabrina desde un lugar poco habitual: la gratitud. Lejos de los retratos paralizantes del duelo, Sabrina afronta la ausencia como una manera de iluminar todo lo que sí tuvo, no como una sombra permanente.
El origen emocional del libro también ayuda a entender ese enfoque. Fernando reconoce que todo empezó por un gesto íntimo: escribir un libro como regalo para su hija Patricia por su mayoría de edad. Hasta entonces solo había compartido pequeñas reflexiones en redes sociales, pero ella le animó a ir más allá. “Quería darle algo que no olvidara nunca”, cuenta. Aquel proceso, lleno de dudas y sorpresas, terminó impregnando la novela de una sensibilidad que los lectores reconocen de inmediato. Tanto es así que, como admite entre sonrisas, fueron precisamente esas reacciones —“me engancha, me emociono, me veo ahí”— las que le confirmaron que la historia funcionaba.

Fernando y su familia con Alberto Cerezuela y Jesús Olmedo
Viaje para encontrarse
Cuando se le pregunta por los escenarios que recorren la novela —Fuerteventura, París, Benidorm, Estepona—, Fernando se ríe y confiesa que casi todos tienen algo de autobiográfico. “Son lugares en los que he estado y que me han marcado; el único en el que no he estado es Estepona”, admite. En la novela, estos destinos funcionan como estaciones emocionales: Fuerteventura es calma, Benidorm es bullicio, París es memoria y cada uno de ellos sirve a Sabrina para reconstruirse tras la pérdida. No se trata de turismo, sino de búsquedas interiores que se manifiestan en geografías distintas, como si cada viaje fuese una forma de decirse la verdad a sí misma.
La respuesta de los lectores confirma esta lectura emocional. Fernando señala que varias mujeres viudas le han escrito para contarle que se han identificado con Sabrina, especialmente en esa mezcla de vértigo y necesidad de movimiento que sigue a una pérdida. “Una madre de un amigo me dijo que, después de leer el libro, quería irse sola a Benidorm para reencontrarse”, recuerda. Y lo dice con la sorpresa de quien no esperaba provocar nada parecido. Incluso pequeños guiños —como la aparición del Real Madrid, que un amigo le sigue recordando con humor— se integran en el relato como recordatorio de que la vida cotidiana y los grandes cambios emocionales siempre caminan juntos.

El ganador de la categoría Ficción Contemporánea, Fany R. M., con su obra 'El banco más bonito del mundo', junto a Susana Aragón y Enrique Parrilla
El banco como símbolo
En mitad de ese mapa emocional aparece el banco de Loiba, un lugar que muchos conocen por su belleza, pero que en la novela adquiere una dimensión más profunda. Fernando recuerda con nitidez la primera vez que lo vio, durante un fin de semana en Ortigueira. No fue una revelación mística, pero sí una impresión tan poderosa que terminó infiltrándose en la historia sin que él lo buscara. “Es un sitio precioso en verano y en invierno, y tiene cerca San Andrés de Teixido, con ese misterio que tiene siempre Galicia”, afirma con serenidad. En algún punto del proceso creativo, la chispa saltó sola: aquel banco era más que un banco, era el lugar que la novela estaba esperando.
Para el autor, el banco funciona menos como escenario y más como estado emocional. Un espacio donde uno se sienta —literal y simbólicamente— para escucharse. “No voy a decir que uno se encuentre allí, pero sí que produce una serenidad muy profunda”, explica. Y es precisamente esa serenidad, esa pausa frente al mar, lo que convierte al banco en una brújula interna para Sabrina y, en cierta manera, para cualquier lector que haya sentido alguna vez que un paisaje le habla. El banco es, al final, el recordatorio de que todos necesitamos un sitio desde el que mirar al horizonte sin prisa.

Acantilados de Loiba, con el banco
Un premio inesperado
El reconocimiento llegó casi de sorpresa. Por eso, cuando recibió la llamada que confirmaba que ‘El banco más bonito del mundo’ estaba nominado en los Premios Círculo Rojo 2025 en la categoría de Ficción Contemporánea, Fernando no se lo creyó. Había publicado bajo pseudónimo —Fany R.M.— para que nadie leyera el libro condicionado por afectos o expectativas y ni siquiera sus amigos sabían que había escrito una novela. “No quería que lo leyera solo mi gente”, confiesa aún con emoción. La vida quiso además que la gala se celebrara un día después del cumpleaños de su hija, la misma a la que dedicó esta historia cuando alcanzó la mayoría de edad. Un círculo perfecto.
El premio no solo validó su trabajo, sino que abrió horizontes inesperados para una obra que nació como un gesto íntimo, casi doméstico. Sin apenas promoción, la novela ha viajado de mano en mano, de conversación en conversación, hasta llegar a rincones que el autor jamás imaginó. “Me llamó un muchacho de un pueblo de Zamora y me dijo que querían que fuera a su club de lectura”, recuerda con asombro agradecido. Y aunque asegura que aún necesita tiempo y serenidad para escribir una segunda obra, reconoce que el gusanillo ya está ahí.
Por ahora, Fernando se queda con una certeza: su primera novela ha encontrado un lugar en quienes la leen. Un lugar íntimo, silencioso, parecido a ese banco que asoma al océano en los acantilados de Loiba. Allí donde uno se sienta, mira al horizonte y, por un instante, entiende quién es. Allí donde también termina —y empieza— esta historia.