Chris Stewart “Vivir atado a un parche de paraíso es una esclavitud muy deseable” loan
"¡Vaya tapa! ¡Qué alegría! No me digas que esto no es un gran estímulo”, exclama cuando llegan las papas a lo pobre con huevo, un clásico de El Quinto Toro. Acompañan a un vino blanco, primera elección de Chris Stewart (Sussex, Inglaterra, 1951) en este templo gastronómico de la ciudad que vibra con el bullicio de mediodía. “Tú has nacido aquí, ves esto a diario, todos los matices de Almería, pero yo estoy estimulado por los olores, los sonidos, la belleza de lo que veo”, explica en un castellano tan perfecto como encantador gracias a su inevitable acento inglés.
Habla sin prisa pero sin pausa, saboreando cada palabra que dice; o más bien, elige. Tiene los modales exquisitos de un ‘gentleman’ y el trato afable de un hombre del campo. Y nada hace sospechar que es un autor de éxito, con más de un millón de ejemplares vendidos en Inglaterra -y más de 400.000 en España- de una trilogía que inició con ‘Entre limones’. En ella narra sus vivencias en La Alpujarra, donde llegó en 1988 junto a su esposa, Ana, para instalarse cerca de Órgiva en un cortijo destartalado, El Valero, hoy su hogar, donde nació su hija, Chlöe. “La idea de empezar una nueva vida en un país extraño y lejano era un reto, una aventura, y sigue siéndolo: eso es lo más bonito de todo”, cuenta. Y ni por asomo piensa en cambiar de aires. “La Alpujarra nos ha transformado y ahora estamos atados a ella. Creo que hay que esclavizarse a algo: a un trabajo, a una persona o a una forma de vida. Y atarse a un pequeño parche de paraíso, con sus aguas, sus naranjos, sus bancales y sus animales me parece una esclavitud muy deseable. Viviré aquí hasta el día en que me muera”.
Cuando Stewart se trasladó a Granada llevaba muchos países y oficios en su mochila. Pero aquél era un lugar especial. “Llegué a Sevilla con 21 años para estudiar guitarra y perdí mi corazón por España”. Tiempo después fue su amigo Carlos quien le sugirió La Alpujarra como tierra prometida. “Me dijo que lo que más iba a echar de menos de Inglaterra eran los bosques y los árboles”. También Gerald Brenan tuvo la culpa. “Tras leer ‘Al sur de Granada’, un libro delicioso, era inevitable que llegaría allí. En un par de horas supe que ése sería el lugar donde quería dejar mis huesos”, relata. Al principio, su mujer no mostró entusiasmo. “Tuve que engañarla para dedicar el resto de nuestras vidas a este proyecto tan loco porque sabía que le iba a gustar aún más que a mí. Y acerté: Ana está más contenta que yo”.
Tras una década en El Valero alguien le sugirió escribir un libro. “En los ochenta, Peter Mayle vendió millones de ejemplares con ‘Un año en la Provenza’. Las editoriales buscaban algo similar y unos amigos me convencieron. Nunca había escrito y fue una revelación: descubrí mi don en la vida”. ¿Cuál es, por tanto, el secreto de su éxito? “Escribo como hablo: soy del pueblo y hablo al pueblo”. Y el pueblo le escucha. “Ser ‘guiri’ es una ventaja. Es muy difícil que la gente te oiga pero si eres, pareces o suenas diferente, te hacen caso. Ahora digo las mismas tonterías que antes pero la diferencia es que ya no tengo que gritar”.
Y, además, su voz suena con autoridad. Con pasión. “El otro día escribí un artículo para ‘The Daily Telegraph’, un periódico bastante derechista, algo que no soy. Era sobre Garzó