Invasión en 'La Granja'
En el Bar ‘La Granja' se vestía de ambiente las cuatro estaciones del año

Los últimos días de La Granja de noche.
Si lo más importante a la hora de salir a una terraza en verano es la cerveza, entonces, en mis tiempos de juventud, el Bar ‘La Granja’ era nuestro lugar 40 años atrás. Ubicado en la Plaza Puerta del Mar hasta su desaparición, fue también conocida por ‘Plaza 14 de abril’. El bar abrió el 5 de septiembre de 1945 por los cuñados Manuel Parrilla Serantes y Rogelio Vargas Ucedo.
Éste último, con treinta y tres años de trabajo ya a la espalda, regentaría el negocio después y lo haría junto con su esposa Concha. Rogelio Vargas, uno de sus fundadores, supo transmitir a sus hijos el gusto por la hostelería y el trato cercano con el cliente, señas de identidad.
Tuvo visión de emprendedor en aquellos años de incertidumbre, sabía que el lugar era importante y más aún cuando se ubicaba en la Plaza Puerta del Mar, junto al Ayuntamiento y a la iglesia de La Inmaculada, centro neurálgico del municipio y de paso casi obligatorio.

Fachada del mítico bar La Granja en Adra
Locales míticos los ha habido siempre en Adra. Los hubo y habrá. Cada época genera los propios y cada generación los preserva, como en mi caso, en la memoria mientras pueda. El bar era un negocio familiar que abrazaba a agricultores, comerciantes, pescadores, funcionarios y clientes de toda índole social.
Aquella terraza llena de gente con ese espíritu de amor de verano viviendo internamente los meses estivales para celebrar los encuentros de tarde prolongándose hasta esas noches irrepetibles. Un paraíso diría yo para quienes querían una bien fresquita ‘Llorona’ (cerveza de barril) que tuviera lágrima gorda cayendo por el lomo, para que el calor se hiciera más soportable.
La plancha echaba humo desde aquella cocinilla para el reparto de todo tipo de tapas y a la que hicieron famosa la frase: Con dos tapas en Adra, comes. Y es que se alargaba el ambiente con aquellas pizarras atiborradas de escrituras de las tapas del día, que estaban llenas de bocados apetecibles. Cómo olvidar mí preferida, el huevo de codorniz.
Un lugar donde te sentías cómodo en cualquier momento, respirando el buen rollo y empaparte del espíritu castizo y de visitantes que caían rendidos por superar la morriña del verano al sentarse y tirar cohetes por pillar mesa. Los reservados quedaban en las antípodas. Eran sinfonías de días eternos prolongados por las noches mágicas bajo la luz de la estrellas en la mejor compañía.
Era un gusto ver a aquel tridente detrás de la barra con Rogelio Vargas, padre, a su hijo Rufino y al mítico Francisco Toledano ‘Paquillo’. En la terraza, ver volar a Manolillo con la bandeja alzada y la mirada de águila atendiendo las mesas daba carisma al ambiente. En aquellos años, Manolillo Vargas, era un tren, hubiera llegado incluso antes que el Ave. Víctor Vicente, uno de tantos camareros que estuvieron en nómina, le seguía.
El Bar ‘La Granja’ daba vida y ritmo al municipio, no en vano, era uno de los lugares de mayor ambiente en época veraniega, darle una alegría a nuestro paladar con la gastronomía mediterránea en La Granja aprovechando para rellenar una quiniela.
Calidad, excelente servicio, y amabilidad garantizada, son los principios básicos para que un cliente encuentre en el sector de la hostelería la suficiente comodidad para decidir volver. Unos objetivos que cumplió a la perfección desde la década de los años cuarenta del siglo pasado el bar La Granja y es que la familia Vargas ha logrado, gracias a un esfuerzo diario, que al pasar por Adra sea obligatorio hacer una parada en su cafetería o en su restaurante, negocios con los que cuenta actualmente, después de que hace 80 años comenzasen.
Generación a generación, los Vargas han logrado convertir sus establecimientos en los de mayor tradición de la ciudad. Desaparecido el bar La Granja ya hace casi un cuarto de siglo, fue lugar preferido de gente de toda clase social mirando desde esa Puerta del bar La Granja. No me quiero olvidar de aquel urinario de ‘pisadas de astronauta’.
Y así hasta el diez de septiembre de 2000 cuando el bar La Granja cierra definitivamente sus puertas. Por todo ello, por ese mérito del pasado y el maravilloso futuro que aún les queda por escribir y que nadie podrá quitarles, contribuyeron decisivamente a la proyección de la hostelería abderitana desde el corazón de la ciudad.