Aquellas subastas en la Lonja de Adra
El término subasta proviene de la época en que la venta de pescado se realizaba a viva voz y gritando

Venta de pescado con el vendedor Andrés Parra en la lonja Adra.
En el pasado, en las lonjas de pescado se realizaban subastas a voces, en las que el vendedor "cantaba" los precios y productos. Hoy en día, las subastas se realizan de forma electrónica, con pantallas que muestran imágenes del pescado y la información proporcionada por José Nadal, el jefe de lonja y gerente de la Organización de Productores Pesqueros. Asistir en vivo en antaño a aquellas subastas a viva voz no tenía precio, aquello era un espectáculo casi a diario y es que en la grandeza de la sencillez está los más grandes recuerdos. Hoy son otros tiempos.
El suelo de la lonja de Adra se llenaba de cajas de pescado, era un inmenso conglomerado económico, siempre en movimiento, como un tiburón. Aquello, en época estival, era un atractivo turístico que visitaban cientos de personas sintiendo el olor a mar y a pescado. La mercancía iba a parar en mayor medida a mercados que se trabajaba mucho como Madrid, Barcelona, Valencia o Andalucía.
También, si la pesquera era de calibre superior iba directamente a Conserva y con ella, un increíble aumento del consumo de pescado entre la población de tierra adentro. Los pesqueros por entonces hacían su desembarco del pescado para su subasta bien por la mañana o en su caso por las tardes de aquellas traíñas que faenaban en la ‘Costafuera’.
Atardeceres donde el ambiente se animaba al grito de la subasta. La postal era de Patrimonio local. El término subasta proviene de la época en que la venta de pescado se realizaba a viva voz y gritando. Siendo un chaval recuerdo las voces de algunos de ellos como, Andrés Linares, ‘Frasquito’ Padilla Rodríguez ‘El vendeor’, Andrés Parra o Paco ‘El Rubio’ con sus voces irrepetibles subastando el pescado en venta directa que se interponían entre todas para fijar el precio del pescado. Haciendo un pequeño paréntesis, y hablando de precios en subasta, este se determinaba en base a la cotización de los días o mareas anteriores y de los precios que se fijaban en otros puertos del litoral.
La mayor dificultad para establecer el precio de salida se presentaba al inicio de cada campaña o costera, cuando todavía no se tenía referencia del precio a aplicar. También influía mucho si la pesca había sido abundante o escasa. Volviendo a lo anterior, con un sencillo toque de silbato se arrimaban compradores, “malajises” y curiosos a su alrededor realizando un círculo y donde tenían que estar atentos si no querían perder esas cajas que momentos antes le habían echado el anzuelo una vez desembarcado el pescado y congregadas juntas todas las cajas. Un trabajo de estrategia.
Empezaba la función. Sonaba a voz pelada y sin megafonía y con aquel timbre: ¡¡Vamoooos a éstaa filaaa!! Se fijaba un precio de salida para que se pujara, ¡¡3.500 pesetas y atrás (cantada a la baja)!! Empezaba la banda sonora: ¡¡99,98,97,96…y entre el gentío salía la voz del comprador con un grito único y seco, para adquirir el pescado por el último precio cantado en ese momento y que creía propicio: ¡¡Yoo!!. Y se le adjudicaba al mejor postor.
Se tomaba nota del nombre del comprador, del lote adjudicado, cantidad y del precio de venta. Se subastaba una fila, otra, otra…se iba ‘corriendo’ el pescado. Si el patrón del barco vendedor creía que el precio bajaba demasiado, podía incluso parar la subasta y retirar la mercancía. Las cajas vendidas eran recogidas y apartadas de las demás por los operarios a los que llamábamos ‘la colla’, bien transportadas manualmente o retiradas con un bastón-gancho de hierro arrastradas hasta el lugar de su comprador. Un arte por entonces.
En la subasta cantada en la lonja de Adra se conocían todos. Uno de los vendedores de la lonja y vecino por entonces cerca de mi lugar de trabajo, era ‘Frasquito', me decía en su día: ‘José, yo subasto, de regatear nada’. Yo le insistía, ¿y si hay a la vez dos voces para adquirir pescado?, ‘Entonces decido yo’- me decía. Así subsanaba cualquier tipo de empate técnico o incidencia. Y sin rechistar. Las subastas, por entonces, tenían lugar de lunes a viernes y los domingos durante toda la temporada.
Unos episodios de la cotidianidad pesquera en Adra congelados en el tiempo, y cuya autenticidad despierta la mente a los curiosos y recuerdan aún los nostálgicos. La lonja de pescado era un cardume de gente cuando estaban volviendo los pesqueros con sus capturas. Sorprendía tanta actividad a esas horas.
Las voces de los pescadores contándose cosas, el ruido de los carros que llevaban las cajas de pescado al interior de la lonja, el pregón de los subastadores, en fin, todo era actividad en la dársena con las gaviotas persiguiendo a los barcos que se acercaban a ella.
Mucha subsistencia y numerosas bocas que mantener produjo este lugar por aquellos lobos de mar con sal en las venas que me hace recordar a muchos de ellos tomándose un café con leche en el Bar ‘Colón’ o del ‘Fino’ y una copa de coñac o “enjuague” para sacarse el frio de los huesos envueltos en una nube de humo de sus cigarrillos. Bonitos recuerdos de un lugar que trajo mucha vida a Adra. Por la mañana olía a pescado fresco y al mediodía olía a pescado secado. Nunca olvidaré aquellos olores.
La subasta a la baja permitía vender rápidamente mucha cantidad de producto y hacer llegar al consumidor el pescado fresco del día, pescado, pocas horas antes, un atributo muy valorado en este tipo de alimento. De aquí, el prestigio del famoso pescado de Adra.
Quien no recuerda también a los pescadores con caña a la ribera de la lonja que con la entrada de los barcos aprovechaban el desembarco del pescado que caían al agua y podían dar más picadas. Fui testigo de la llegada de los barcos pesqueros a la lonja, de sus ruidos, sus palabras, sus risas, ... y hasta de sus cantes.
Hoy en día el desarrollo de la subasta no tiene nada que ver al de hace medio siglo, los cambios sociológicos y tecnológicos han sido muy relevantes. Los pescadores y el personal del puerto abderitano cuentan ahora con medios que hacen más liviano su trabajo. Los dispositivos para manipular el pescado, tanto en el interior del barco como en su traslado a las lonjas, han reducido fundamentalmente la labor manual de antaño.
Actualmente el sistema de venta es electrónico, existen unas pantallas digitales en las cuales aparecen señalados todos los datos referentes a la venta: nombre del barco, clase y calidad del pescado y kilos que se ponen a la venta. En otra pantalla se inicia digitalmente el precio establecido de inicio, que va bajando.