Recordarán que hace unos días se montó una pajarraca considerable por el desencuentro protocolario que privó a los asistentes de un acto institucional presidido por los Príncipes de Asturias de una intervención de la presidenta de la Junta, Susana Díaz. En Granada tuvo que ser la cosa y desde allí nos llegaron enojados ecos del entorno presidencial por el desaire sufrido y el lamento ronco de los asistentes que se quedaron ayunos de ese torrente de elocuencia que es el verbo al aire de doña Susana. Aprovechaba la ocasión uno para señalar que, al margen de las cuestiones de rango y prevalencia oratoria, para lo que debería servir el incidente es para recordar a los señores de la Junta su propensión a la mitinización de los actos oficiales e institucionales. Una cosa es vender la burra cuanto toca y otra distinta estar en permanente Operación Renove de cuadras. Así, y pidiéndoles de antemano disculpas por el feo gesto de la autocita, les comentaré que esto que digo se cumplió, y con creces, en el acto que la Junta de Andalucía celebró días atrás para conmemorar el 28-F.

Y es que una cosa es hablar de Andalucía, de los andaluces y de nuestros objetivos o aspiraciones como comunidad dentro del conjunto de España y otra bien distinta convertir un acto de todos los andaluces en un mítin del PSOE con la única intervención de una presidenta que usó la bandera de todos para arroparse mientras cantaba las consignas partidistas del día. Ni de Andalucía, ni de nadie: era el Día de Susana. Esa actuación, que bien podría haberla tenido cualquier otro día y en cualquier otro acto de partido, demuestra que empeñarse en no querer distinguir entre territorio, institución y partido, sólo viene a dar la razón a los que, en lugar de hablar de la Junta de Andalucía, hablamos de la Junta del PSOE de Sevilla.