Sobre lenguaje político (y V)
Sobre lenguaje político (y V)
Nos referíamos en nuestro último artículo al eufemismo como artificio de enmascaramiento empleado para la distorsión de la realidad; decíamos que con su uso se intenta evitar la palabra con que se designa algo molesto, negativo, perjudicial, etc. Asimismo, indicamos nuestra fijación en tres de los mecanismos a los que se recurre para conseguir el objetivo: lenguaje atenuado, del que ya hablamos en el referido artículo, lenguaje redundante y lenguaje vago, y de estos dos nos ocuparemos ahora.
Hablamos de lenguaje redundante cuando percibimos en un discurso que la realidad se enmascara mediante muchas palabras y pocos datos: «estamos intentando dar una respuesta coyuntural a los elementos coyunturales de la crisis y una respuesta estructural a los problemas estructurales» [Felipe González (ABC, 8/12/93, pág. 17)] o esta otra «El ministro francés tiene sus ideas políticas y yo tengo mis ideas políticas, pero, claro, él es francés y yo soy español» [José María Aznar (El Informal, T5, 12/3/99)]. A veces la redundancia se hace mediante mecanismos que manifiestan la verdad del político en clave partidista, pero sin aclarar en qué consiste lo dicho. Nada precisa Rajoy sobre su bálsamo de Fierabrás cuando, en 2010, dice esto:
Señorías, la situación sería muy grave si en el horizonte de los españoles no apareciera más opción que la que usted representa. Afortunadamente saben que cuentan con una alternativa, con otra manera de hacer las cosas, es decir, con una esperanza. Existe una alternativa que cuenta con un diagnóstico objetivo de la situación, que no teme decir la verdad a los españoles, que, porque ya lo hizo en su día, sabe lo que hay que hacer y que disfruta del crédito para convocar a toda la nación a la tarea, porque le mueve un propósito obsesivo e indeclinable de crear empleo [Rajoy, 2010].
Y el lenguaje vago … ¿qué es el lenguaje vago? Bien porque no convenga dar los datos, bien porque estos no se tengan o se dude de ellos, el político, como el publicitario o el hombre de la calle en general, va a recurrir a determinadas argucias; así, utilizará indefinidos (algunos, ciertos, bastante, mucho, etc.) adverbios del tipo posiblemente, quizás, fórmulas como y cosas de esas, etcétera, o incluso términos pseudocientíficos, especialmente empleados en el lenguaje publicitario; el objeto siempre es encubrir la realidad aportando datos poco precisos, que a poco comprometen. Veamos el texto siguiente:
Para el conjunto de 2011, el Gobierno prevé una contribución neutra de la demanda interna al crecimiento, lo que constituirá una mejora relativa tras la aportación negativa del menos 1,2 por ciento en 2010. Esta mejora se producirá fundamentalmente por la vía de una mayor renta disponible de los hogares debido a la gradual recuperación del empleo y a la moderación de la inflación, que habrán de impulsar, a su vez, una cierta recuperación del consumo. [Zapatero 2011]
¿Cómo hemos de entender sintagmas como mejora relativa, una mayor renta o una cierta recuperación del consumo? Son términos vagos, pues ¿qué tipo de mejora es una mejora relativa? ¿cuánto mayor es la renta? ¿cómo hemos de entender una cierta recuperación del consumo?
Podríamos hablar de la constante creación de léxico que acarrea casi diariamente el lenguaje político, de su afecto por las palabras largas, aunque no signifiquen nada nuevo. Aurelio Arteta ha vuelto en abril de 2012, en las páginas de opinión de El País, al tema del alargamiento de palabras. Por ejemplo, entre otras, señala cómo desincentivar no es otra cosa que ‘frenar’, ‘desanimar’ o ‘disuadir’; ejercitamiento o la ejercitación aparece en lugar de ejercicio’; argumentativamente en lugar de ‘argumentalmente’, potenciabilidad y no ‘potencialidad’, precarización en vez de ‘ precariedad’, operacionalizar, operativizar, bancarizar, bancarización, etc. Ah, y muy importante: nuestros políticos no suelen emplear ‘enfocar’ y ‘enfoque’ sino que queda mejor focalizar y focalización, etc. etc.
Decía un dramaturgo francés del siglo XVIII, famoso sobre todo por sus obras de ambiente español El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, lo siguiente:
Fingir ignorar lo que se sabe y fingir que se sabe lo que se ignora; fingir entender lo que no se comprende, no oír lo que se escucha, y poder más de lo que está en las propias fuerzas; mantener como secreto la falta de secretos; parecer profundo cuando no hay otra cosa que vacuidad e inanidad; representar mejor o peor el papel de un personaje; esforzarse en ennoblecer la pobreza de los medios con la importancia de los fines; he ahí la política.
Yo, obviamente, no lo quiero pensar así, si bien sí una buena parte de los españoles, para quienes los políticos son el tercer problema del país. Solo el paro y los asuntos de índole económica preocupan más a nuestros compatriotas. ¿O no es así?