Una amiga me envió por wasap una reflexión de Mario Vargas Llosa sobre cómo la literatura contribuye a la fraternidad entre la diversidad humana. Le respondí con un corazón rojo a ese texto tan intenso y apasionado. Todavía no sabía que había muerto. Me enteré de la noticia más tarde.

Como no he sido una gran lectora suya (cosa que se puede remediar en cualquier momento), quizá porque su propio personaje no me convencía plenamente, recurrí a lo único suyo que he releído durante años: el prólogo a la edición en “El libro de bolsillo” de “Madame Bovary” por Alianza Editorial.

Este prólogo titulado “Una pasión no correspondida” (del que me he apropiado sin su permiso, sin embargo, espero que le complazca) profundiza en cómo un personaje literario puede aportarte más en la vida que cualquier persona de carne y hueso.

Vargas Llosa explica en él su llegada a París y lo primero que hizo con el poco dinero del que disponía: comprarse en una librería del barrio latino un ejemplar de “Madame Bovary” en la edición de Clásicos Garnier. Y comenzar a leerlo sin parar, en un cuarto de su hotelito, hasta llegar al convencimiento de dos certidumbres: que ya sabía qué escritor le hubiera gustado ser y que desde entonces y hasta la muerte viviría enamorado de Emma Bovary.

El prólogo se extiende en un estudio minucioso, tanto en el fondo como en la forma, de esta gran obra de Flaubert, al que yo admiro igualmente y de cuya “Madame Bovary” también estoy enamorada, por ser una mujer rebelde, transgresora de la moral imperante en cualquier época de la vida.

Pero toda historia de amor llega a su fin, y es triste porque se evidencia que la pasión de Vargas Llosa ya nació condenada a no ser correspondida, pero no importa “a nadie podrá dar más de lo que a mí me ha dado”. Concluye.