El Mar Negro de Almería
Quizá sea un problema menor; quizá no sea tan grave, pero es una vergüenza para cualquier capital del siglo XXI y lo será para el prometedor futuro del Puerto Ciudad

Aguas fecales bajo el puente de Las Almadrabillas
Es negro como la pez, pero no por oscuro o porque no le dé el sol -le da a raudales- sino porque es un mar cuyas olas cabalgan a lomos de aguas estercoladas. Almería, la ciudad que brilla, la tierra del talento, que está a punto de recibir a la reina de España, tiene su propio Mar Negro, no como el del Bósforo, donde se reflejan las espigas de trigo, sino fabricado a fuerza de pura inmundicia y de mierda de pocilga. Parece que va a ser este mar la playa oficial del Puerto Ciudad, una obra que promete cambiar la faz de Almería, que ha derrotado vallas, que despeja diques y tinglados con la fuerza de un bisonte, que ilusiona, pero que no es capaz de acabar con la fetidez en esa confluencia de la Rambla con Las Almadrabillas. No es cosa nueva; no está en el debe de la alcaldesa actual o de la presidenta del Puerto actual. Viene de lejos: tampoco se solucionó en tiempos de Luis Rogelio o de Ramón o de Trinidad o de Jesús. Es un problema enquistado. Almería ha construido puentes, ha levantado el Toyo, va a soterrar el tren, pero no puede atajar la peste de Las Almadrabillas, que es como La Peste de Camus: eterna, como en aquel Orán decimonónico de hambrunas y epidemias. Almería ya no tiene hambre, pero tiene una tajea permanente, abierta en canal, que ningún ingeniero, ni la UAL, ni El PITA, ni todo el talento de esta tierra junto es capaz de mutilar.
Está ahí, esa bomba de peste -como esas que se venden en Publifiestas Conde- en la zona más noble de Rambla en su encuentro con el mar, junto al recuperado Cable Inglés, atractivo de turistas. Ahí están desde hace años las palomas triscando entre latas vacías, entre plásticos, entre toallitas de color pardo, entre detritus que luego se llevarán adheridas en el pico a las plazas de la ciudad, como la paloma de Noé hizo con la ramita de olivo. Es verdad que hay horas punta y horas valle, como en la electricidad, pero el olor a establo vuelve cuando menos te los esperas. No es un problema de gran gravedad, es una simple cosa, como cantaría Mercedes Sosa, pero los almerienses y forasteros que hacen su paseo ribereño al caer la tarde se merecen un remedio a ese punto fétido, colonizado por un riachuelo fecal donde anida basura variada, zapatos viejos, roedores, insectos y aguas negras convertidas en un tarquín infumable. Hay algún despistado que echa la caña creyendo que puede pescar algún pez en ese fondo oscuro que huele como una letrina de feria a las 5 de la mañana.
Lo cierto es que ni para el Gobierno municipal ni para el Puerto debe ser un tema prioritario ya que en 2020 se adoptó un acuerdo plenario por unanimidad -está recogido en acta- para limpiar esas aguas fecales de Las Almadrabillas y antes aún, Luis Rogelio, anunció mejoras para evitar vertidos en la zona, pero lo único que se hizo fue apagar el géiser y la fuente de los 102 pueblos, porque -aserta el aforismo- la mierda huele peor cuando se la menea. Y ahí sigue, con la terquedad con la que nos aguardan unos platos sin fregar que no se friegan solos, como un estercolero en la parte más bonita de la ciudad. Aqualia, que lleva la gestión, distribución y saneamiento de aguas en Almería, explicó que el olor nauseabundo del vertido se produce por estancamientos de aguas y que se han hecho varios proyectos para solucionarlo con un desvío bypass, alargando el emisario de Levante, pero sin fruto. Mientras tanto, los almerienses seguirán negros mirando ese mar.