Mis queridos paisanos
Mis queridos paisanos
Da la impresión, cuando escribo, que me gozo en mis artículos pegando fuerte y no es verdad; en mi corazón yace un amor hacia todos y no tengo ningún resentimiento social; y sí, por el contrario, gozo del Amor de los míos y los míos son todos, pero tengo que decir lo que deciros quiero.
Mi esposa me obliga a ver cosas superfluas y con sumo gusto la complazco por su estado. Quiere que censure a Eva González y a Fernando Don porque pecan en demagogia aunque en otras cosas –ella- lleva razón. Mi amada compañera es como una niña buena; la quiero hasta el infinito. Hace muchos años le regalé un reloj repleto de piedras preciosas y no lo quiso, argumentando que había muchos pobres; éste lo compré en Capri. Parece ser que estas acciones contrarias al lujo no complacen a muchas personas, incapaces de renunciar a él; no obstante las respeto y quiero. Aquí procede un fragmento poético de la dama que una vez iluminó esta casa con su presencia; se llama Karmen Romero: “Hoy nace un día para mí. Aprendí una lección y estoy segura, no quiero sufrir lo que sufrí”.
Respecto a los viejos decía Cicerón -hoy lo diría con mayor fuerza y autoridad- “Que los jóvenes deben respetar a los ancianos y recoger las cosechas sabias de su existencia longeva” No quiero caer en la petulancia de la bondad, que diría Nietzsche, pero mi pobre madre varías veces dijo: “A ti siempre te quedará algo de niño”.
Tengo buenas amistades, una de ellas es un joven alto, llamado Felipe Paris Ibáñez, que hace tiempo sufrió un accidente en moto y se lesionó psíquicamente; me quiere y yo le correspondo; practica mucho el onanismo y siempre me lo dice con la inocencia de un niño. “Tú, cuantos” suele preguntar y yo le sigo el juego con sumo gusto. Otro hombre, de 44 años, sufrió una parálisis al nacer; todos los que “pensamos con el corazón” le atendemos muy bien. Un día me dijo: “Me quedo con ganas de abrazarlo”, yo le dije que lo hiciera. Es consciente y lo afirma con cierto tono asertivo, del infierno que está viviendo en casa de sus padres; parece ser que todos están tarados, excepto su padre, que los fustiga a todos de manera inmisericorde; a una vida así se le pueda llamar kafkiana o digna de las tragedias de Sófocles o Eurípides; él no sabe rezar y me pide que yo lo haga por él. Se lo juro ante Dios y los hombres y he de cumplir mis promesas ya que un día no muy lejano tendré que dar cuenta al Sumo Hacedor de mis pecados, que no son pocos.