Ginés León Lorca- antiguo futbolista de la peña deportiva
De los de la Quinta de la Alpargata de Garrucha
Manuel León
Sus antepasados arrieros bajaron de la Sierra de Baza a Vera y de allí a la rada de Garrucha, a principios del siglo cambalache. En ese tiempo, cuando las lavanderas de Mojácar venían con la ropa limpia por las barranqueras para los señoritos del Malecón, su abuelo era alcalde del pueblo de pescadores y después también su padre, Frasquito León. El, Ginés, vino al mundo en 1934, con la pasión del deporte en las venas. Con trece años se convirtió en el jugador más joven de la Peña Deportiva Garrucha, cuando aún se jugaba con pelotas de trapo y alpargatas en el Salar del Tío Porreras y en El Martinete. Después tuvo momentos de gloria local en el Vista Alegre, participando como delantero centro en encuentros memorables contra el Imperial de Murcia, el Lorquino, el Aguilas, teniendo al lado a Joaquín Peiró a los hermanos Garrigues. Era una Peña en la que brillaban nombres como Melchor el Liri, Bartolomé Ramallo, El Junzas, Cacheno, Joaquín el Lobo, Martín el Rufino, Tito, Eulogio o Cachín. Cuando el fútbol era un deporte de nervio, heredero del pundonor de Belauste o del pañuelo en la frente de Samitier. Acababan desollados en ese campo de lastras, con la camiseta albinegra chorreando de sudor. Ginés, ese jovencillo garruchero malabarista con el balón, se fue a estudiar a Pontevedra donde tenía un tío carnal, finalizando sus estudios en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid y en el Celia Viñas de Almería. Jugó encuentros amistosos con el Pontevedra y con el valenciano Catarroja donde emigró su familia dejando la mitad del corazón en Garrucha. Estuvo a punto de fichar por alguno de estos equipos, pero la miopía que le acompañó siempre le limitaba. Se enroló en el atletismo y participó en los Campeonatos Gallegos como velocista. Pero los veranos estaban consagrados a Garrucha, donde su abuelo tuvo un saladero y después construyó la primera fábrica de hielo de la localidad marinera, casi al final del primitivo Malecón. Allí también producían gaseosas y polos durante el verano. En esa época, Ginés gastaba pelo ondulado, piernecillas imberbes y un bigote rubio como el de Errol Flinn, mientras posaba en el campo para la cámara de Miguel Forteza, con el Vista Alegre lleno a rebosar, con gente que se sentaba sobre pañuelos blancos de hilo, aficionados que animaban hasta reventar como Juana la Turrera o el Lanchas. Eran los tiempos de don Emilio Moldenhauer al frente de un equipo que fue surgiendo de la rebotica de una farmarcia y de un solar barranquero cedido por Paco Gea y La Recuperada que fue convirtiéndose en campo aplanado con cientos de carretillas de tierra y con sudor en el lomo de muchos garrucheros. Ginés, a pesar de esas idas y venidas a Valencia, nunca se fue del todo de Garrucha. El estaba junto al Turia, con su mujer Pepita, criando a sus cuatro hijos, pero su alma estaba en el pueblo que le vio nacer. Iba y venía como las olas, hasta que en 1989 volvió para quedarse para siempre. En su piso del Malecón, viendo los barcos llegar por la bocana, se metió a pintar paisajes marineros, palmeras y anclas. Y colaboró en todo lo que pudo con quien se lo pidió, como secretario de la Peña Deportiva, el club de sus amores, como directivo de la Peña Madridista, como afiliado del equipo veterano. Escribió una historia del fútbol garruchero con fotos de presidentes, jugadores, entrenadores, viejas glorias. Lo dio todo, Ginés, por su pueblo. El día que más miedo pasó fue cuando naufragó con un crucero a sesenta millas de Menorca. Él, un garruchero criado a una cuarta de la playa, estuvo a punto de perecer como un vulgar náufrago de tierra adentro. Ginés se ha ido esta semana, ha dejado a su gente, a su pueblo, por el que tenía obsesión desde que tuvo uso de razón, al que volvía todos sus veranos infantiles cuando estudiaba en pupitres lejanos, en el que sentó sus reales cuando le llegó la jubilación de contable, en el que ya descansará para siempre, este mago de aquel fútbol antiguo de alpargatas y pelotas de trapo.