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Cómo nació y sobrevivió la cabaña que convirtió las noches de los 70 y 80 en leyenda

El bar nació en 1972, hace 53 años, y vivió su época dorada hasta los 90 como espacio lleno de vida y fiesta

Susana García junto a su madre y varios empleados del restaurante.

Susana García junto a su madre y varios empleados del restaurante.Elena Ortuño

Elena Ortuño
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Hay paredes que hablan. Muros que, revestidos de retazos de otra época, evocan en susurros los secretos guardados tras expresiones tan recurrentes como ‘lo que pasa en el Tío Tom, se queda en el Tío Tom’. Y así lo transmite Susana García, nieta del fundador del restaurante.

Siempre tostado por el sol del Mediterráneo y riéndose a carcajadas, su abuelo, Laureano García, aparece como protagonista de la mayoría de fotografías antiguas colgadas en la pared; un Rambo tras la barra de madera: fuerte, libre y siempre descamisado, como cuenta orgullosa Susana: "Aquí se cocían muchas cosas en los 70, 80 y 90. Era un local alternativo. No solo se servía comida, era un sitio donde pasaban muchas cosas", confirma con misterio, sin traicionar el principio que regía al lugar en aquellas décadas de la Transición.

Más allá de las fronteras de Almería

En una de las esquinas del local se divisa un recorte de periódico sobre un viejo artículo que algún periódico de la zona le realizó a La Cabaña del Tío Tom en sus inicios. En él, el titular reza: ‘El irlandés pionero’, como una suerte de equivocación que saca una sonrisa a quien se cruza con este retrato en negro sobre blanco.

A pesar de su vínculo con las tierras donde el sol pasa el invierno, Laureano, de origen madrileño, era confundido en Almería con un ciudadano de la Isla Esmeralda. ¿La razón? Además de su indómita naturaleza conocía las tierras anglosajonas como inmigrante que fue, importando aquí la moda que imperaba allá: "Se fue a Inglaterra a buscarse la vida. Mi abuelo fue un pionero: estuvo de taxista, lechero, profesor de español, cocinero... Allí conoció a su mujer, Carol Stephanie, mi abuela", relata Susana con una sonrisa de oreja a oreja. 

Carol Stephanie y Laureano García tras la barra de La Cabaña del Tío Tom.

Carol Stephanie y Laureano García tras la barra de La Cabaña del Tío Tom.Elena Ortuño

La pareja, quien tuvo a su hija aún en las islas británicas, no tardó en regresar: "España siempre tira. Buscaron dónde establecerse". Surgió entonces, entre los recuerdos archivados en la mente de García, los feroces acantilados de Cabo de Gata y su azul turquesa contra el color arenoso de sus playas: "Necesitaba volver a Cabo de Gata y lo hizo". Su intenso vínculo con el mar condujo sus pasos hasta el aún inexistente Paseo Marítimo de Almería, donde las calles de la ciudad aún desembocaban en la arena de El Zapillo.

Aquel garito que se levantó en 1972 con vistas al Mediterráneo simbolizaba, cual novela de Harriet Beecher, la vida entre los humildes. Pero era una buena vida. Aquella segunda casa fue bautizada como ‘La Cabaña del Tío Tom’, un símbolo de la mezcla de raíces británicas y almerienses de sus fundadores: "Tiene mucho que ver con el apellido inglés de mi abuela: ‘Tomlinson'", explica la camarera.

Máquina antigua de tabaco en el comedor del Tío Tom.

Máquina antigua de tabaco en el comedor del Tío Tom.Elena Ortuño

Desde su apertura, generaciones enteras han crecido en el bar. La conexión emocional con los clientes es innegable: "Hay quien viene con una foto que ha sacado de su álbum de recuerdos y me dice: ‘Mira, aquí estamos tu abuelo y yo de fiesta en La Cabaña. Para ellos han sido noches inolvidables", narra Susana.

"De pionero a camionero"

Cuando el viejo Laureano falleció, los padres de Susana pasaron a liderar el negocio. "De pionero a camionero", bromea su hija, quien señala como una ventaja los orígenes profesionales de su padre: "Todo el mundo sabe que los sitios en los que están aparcados los camiones son los mejores para comer. Es una regla no escrita. Con La Cabaña del Tío Tom ocurre igual".

De esta forma, la herencia familiar se ha mantenido inalterable durante años, como si el transcurso de las manecillas del reloj no se aplicase en su caso. Con sus principios esenciales inamovibles, aunque con pequeñas modificaciones, materializadas en la decoración y, en cierto modo, en sus tapas, La Cabaña continúa siendo aquella que tanto quisieron los almerienses.

"Todo el mundo recuerda el alioli de mi abuelo", se relame la almeriense: "Acompañaba platos icónicos como los chérigan o la patata asada macario. Fueron recetas que convirtieron al bar en referente y que hoy permanecen en la carta con alguna actualización".

Para Susana, hablar del futuro es una cuestión de vértigo. Está convencida de que la cabaña seguirá en manos de la familia muchos años más, pero también sabe que ser fiel al legado del abuelo -a aquel tipo que gobernaba la barra con el pecho descubierto y la sonrisa desafiante- no es empresa sencilla. La hostelería es un oficio ingrato, de paciencia y cicatrices. Pero ahí siguen los cuadros del abuelo, colgados frente a la barra: basta levantar la vista para encontrar su mirada de vuelta y pensar: "Aguanta, que esto merece la pena".

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