La Voz de Almeria

Tal como éramos

La esquina de las cacerolas

El local del café La Chumbera fue un importante negocio de baterías de cocina y regalos

En la esquina de la  calle las Tiendas con Jovellanos estuvo en los años 30 la Casa Asensio, que pasó a llamarse después Casa Martín.

En la esquina de la calle las Tiendas con Jovellanos estuvo en los años 30 la Casa Asensio, que pasó a llamarse después Casa Martín.

Eduardo de Vicente
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Donde hoy habita el Café La Chumbera, en la esquina de la calle Real con la de Jovellanos, reinaron en otros tiempos las cacerolas y los artículos de regalo desde que allá por los primeros años 30 se instaló en ese mismo lugar la Casa Asensio, que anunciaba a bombo y platillo sus inigualables baterías de cocina y sus artículos de loza y cristal.

El negocio escogió una esquina de mucho tránsito comercial, justo al lado de otro establecimiento que se dedicaba prácticamente a lo mismo, el muy antiguo bazar de El Valenciano, que ya entonces era uno de los comercios más antiguos de Almería, donde funcionaba desde el año 1870. La Casa Asensio y El Valenciano no solo llegaron a compartir el mismo ramo y se dedicaron a los mismos géneros, sino que también los unía la historia, ya que los dos establecimientos sufrieron un destino parecido y vieron frenada su trayectoria en los años de la guerra civil.

La Casa Asensio, que en 1936 había pasado a llamarse Casa Martín, fue asaltada y aniquilada. Su propietario, Antonio Martín Gálvez, tuvo que marcharse para ponerse a salvo y dejar el negocio en manos de un comité obrero que lo estuvo dirigiendo hasta que se agotaron las existencias. Algo parecido vivieron los propietarios de El Valenciano. En agosto de 1936, un mes después de comenzar la guerra, la tienda fue confiscada por las autoridades locales. Una mañana se presentaron en el establecimiento cinco hombres armados y en nombre del “Gobierno legal de la República”, tomaron posesión del negocio, relegando a sus propietarios a simples empleados. Don Vicente Ivorra Brotons, que había nacido detrás del mostrador y había heredado la tienda de su padre, pasó a ser uno más de los cinco trabajadores que había en nómina, cuatro de ellos recién llegados que había colocado allí el comité republicano. Con el paso de los meses las estanterías se fueron quedando vacías. Había gente que iba por las calles buscando tiendas abiertas para invertir el dinero que tenía en objetos que le sirvieran para poder cambiarlos por comida. Compraban lo que fuera, por lo que llegó un momento en que en la tienda de El Valenciano sólo quedaron bolsas de polvo de talco.

Vicente tuvo que sufrir el desastre que supuso la guerra civil, que trajo un parón importante para El Valenciano. Como se decía que el dinero de la República no iba a servir, la gente entraba en la tienda y se llevaba todo lo que podía, por lo que se quedó sin existencias.

Tanto la Casa Martín como El Valenciano volvieron a caminar al terminar la guerra, llegando a vivir sus mejores momentos. La Casa Martín, con sus dos puertas y sus cuatro escaparates era el paraíso de las cacerolas y las sartenes, y también de las pinzas de la ropa cuando se vendían a setenta céntimos la docena. Llegó a tener una clientela tan extensa que la empresa tuvo que adquirir una furgoneta para poder responder a la gran demanda que le llegaba desde todos los pueblos de la provincia. Vendían artículos de regalos, cristal y loza, y competía con El Valenciano en las figurillas de santos y vírgenes que entonces no podían faltar en las casas.

Los dos negocios competían por ser los mejores, pero no se estorbaban. Fue también a partir de los años cincuenta cuando llegó la etapa de esplendor para El Valenciano, que llegó a tener a diez empleados para despachar en el mostrador y para hacer los recados en la calle.

Tanto El Valenciano como la Casa Martín llegaron a coincidir en el tiempo con uno de los comercios de mayor renombre que tuvo Almería, el célebre Bazar del León, también en la calle de las Tiendas y también especializado en artículos de regalo.

Cuando se estaba gestando en España la célebre revolución llamada ‘La Gloriosa’, germen del estado democrático, un prestigioso empresario almeriense y destacado militante republicano, don Jerónimo Abad Sánchez, concibió la idea de poner en escena en Almería un establecimiento moderno a la altura de los existentes en Londres, París, Madrid y Barcelona. Así nació el Bazar el León, llamado así por la atractiva figura de bronce que adornaba su fachada.

Desde sus comienzos, la especialidad de la casa fue siempre el mueble, y especialmente el mueble de lujo. Las últimas novedades que salían al mercado en las principales ciudades europeas no tardaban llegar a los escaparates de don Jerónimo. Pero no era solo una tienda de muebles, en Bazar el León se podían disfrutar de las vajillas más valiosas del mercado, desde la porcelana de Sevres más aristocrática y refinada, pasando por la fina y delicada loza de la Cartuja de Sevilla, o la cristalería en color de Bohemia.

Camas de hierro, sillas mecedoras, vajillas de porcelana y loza, objetos de fantasía y toda clase de juguetes, formaban parte de aquel mágico establecimiento de la calle de las Tiendas que estuvo funcionando hasta la guerra, cuando un proyectil derrumbó el piso de la última planta. Al contrario de lo que les ocurrió al Valenciano y a la Casa Martín, que pudieron volver, la historia de El León se quedó varada en 1937.

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