Los goles que colaba el Rafaelico
Era el delantero invisible, el aficionado que se colocaba detrás del portero visitante para tenerlo entretenido

El Rafaelico formaba parte del equipo jugando detrás del portero visitante. Almería de 1972: Pedrosa, Zapata, Juanín, Reyes, Richard, Maxi, Rojas, Cayuela, Goros, Carmona y Mirlo.
El Rafaelico era carne del estadio de la Falange, una parte más de aquel escenario caótico que fue nuestro gran coliseo durante más de tres décadas. Allí se pasaba las horas viendo entrenar a los equipos y era tanto su apego que llegó a ser el dueño espiritual del recinto. Entraba en el vestuario como si fuera el salón de estar de su casa y los domingos, a la hora del partido, no había quien le rechistara cuando saltaba al campo a hacerse la foto con el equipo o cuando se colocaba detrás del portero visitante en una posición a la que solo podían acceder los fotógrafos acreditados. Él no tenía máquina ni carnet, pero era intocable y también imprescindible. Los aficionados de los años 70 cuando íbamos a ver al Almería, antes de comenzar el partido mirábamos a ver si el Rafaelico estaba en su sitio. Su presencia nos daba seguridad. Todo estaba en orden.
Se llamaba Rafael Martínez Andújar y era natural del barrio del Zapillo. Su padre tenía el bar Telares en la calle Jaúl, uno de aquellos locales a mitad de camino entre cafetería y bodega. Por allí iban los jugadores del Almería de los años sesenta: Axpe, Ordaz, Noda, Santander, Florencio Amarilla, que eran buenos clientes. Rafaelico ayudaba a su familia en el bar, pero no tenía vocación de hostelero, era demasiada responsabilidad, mucho cargo para su frágil personalidad. A él, lo que de verdad le gustaba, era el fútbol, por lo que su padre, aprovechando esa pasión, decidió montarle unos futbolines en la esquina con la calle Vinaroz.
Los domingos llegaba al estadio antes de que se abrieran las puertas y le echaba una mano al que ponía las banderas y al hombre que pintaba el campo. Luego se iba a la puerta a ver entrar a los árbitros y cuando llegaban los jugadores bajaba hasta los vestuarios para respirar ese ambiente previo de nervios, músculos y linimento.
Era uno más del equipo. El Rafaelico saltaba al terreno de juego siguiendo a los futbolistas y cuando posaban para la fotografía de rigor, en un ritual que se repetía todas las jornadas, él asumía su condición de jugador número doce para salir en la foto.
Después se colocaba la gorra, se metía las manos en los bolsillos y buscaba un hueco donde pasar desapercibido, lo más cerca posible del portero contrario. El Rafaelico era la sombra de los porteros, una amenaza constante, un vigilante sigiloso que sin hacer ruido trataba de distraer al rival. “Esta va dentro”, decía, antes de que la pelota llegara al área, o “te va las a tragar”, aseguraba ante el asombro del desprotegido guardameta. A veces, llamaban la atención del árbitro, que a su vez solicitaba a la policía armada que alejara de allí a aquel personaje empeñado en marcar goles psicológicos. ‘Los grises’, que ya lo conocían, le pedían que se alejara unos metros, pero no servía de nada. Cinco minutos después, ya estaba situado de nuevo cerca del poste, presagiando los peores augurios para la integridad del portero. Cuentan que en un partido puso tanta pasión en su cometido que se coló en el terreno de juego y condujo hasta el fondo de la red un balón que se perdía por la línea de fondo.
El Rafaelico era un especialista haciendo su trabajo. Utilizaba su cara de niño bueno para no levantar sospechas y se colocaba detrás del portero como si fuera un fotógrafo sin cámara o un miembro de la Cruz Roja sin uniforme. Dominaba como nadie ese territorio prohibido que era el lugar sagrado del portero. Nadie podía acceder a ese islote nada más que él, mientras que la policía, sentada en sus sillas, miraba para otro lado. Era la sombra de los porteros que visitaban el estadio de la Falange, el aficionado que estaba tan integrado en el equipo que aparecía en las fotos de las alineaciones como si fuera titular.
El Rafaelico fue un trozo de historia de los años de fútbol en el viejo estadio y todo un mito en su barrio del Zapillo. La última que lo vimos fue en una de aquellas manifestaciones populares que los aficionados protagonizaron en el verano del 76 para protestar por el llamado ‘caso Hierro’.