La Voz de Almeria

Tal como éramos

Cuando casi nadie iba al médico

Al contrario de lo que ocurre ahora, la visita al médico era antes una cuestión de urgencia que se trataba de evitar

Mesa del día de la banderita para pedir contra el cáncer en el Paseo, entre el despacho de lotería y la tienda de la Giralda. Años 60.

Mesa del día de la banderita para pedir contra el cáncer en el Paseo, entre el despacho de lotería y la tienda de la Giralda. Años 60.

Eduardo de Vicente
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Sabíamos que existía una enfermedad maldita que se llamaba cáncer porque de vez en cuando colocaban mesas en el Paseo y unas señoras elegantemente vestidas pedían dinero con las huchas en las manos para recaudar fondos para la lucha contra aquel terrible mal que era tan peligroso como el hambre de África. Entonces no existía la información que tenemos ahora, tanta que lo sabemos todo de todas las enfermedades y llevamos un vademécum incorporado en el cerebro de tal forma que nos permitimos la licencia de hacer diagnósticos y de recetar medicamentos como si hubiéramos estudiado Medicina.

Antes no conocíamos los nombres técnicos de las enfermedades y utilizábamos la tradición popular para hablar de ellas. Decíamos que a alguien le había dado un tabardillo cuando se sentía indispuesto o que había sufrido un faratute cuando le había dado un mareo o había perdido el conocimiento. Si un vecino era víctima de un patatús estábamos hablando de algo más serio que en términos profesionales podía ir de una simple indisposición a un infarto.

Entonces se le temía mucho al mal de ojo y a las corrientes de aire. Había madres que le colocaban amuletos a los niños recién nacidos para evitar el mal de ojo que según la creencia popular te podía quebrar el crecimiento o provocar enfermedades en la vista. Lo de las corrientes tenía más sentido y podían provocar lo que ahora conocemos como enfriamientos. Teníamos mucho cuidado para no colocarnos en una corriente cuando acabábamos de jugar y estábamos sudando ya que lo que llamaban “resfriados malos”, los que tardaban en curarse o derivaban en bronquitis, solían venir por culpa de esas malditas corrientes de aire que siempre estaban al acecho.

Entre las enfermedades más comunes que afectaban a los niños de antes estaba en un puesto de honor la temida diarrea que te dejaba dos días fuera de combate. Lo que hoy conocemos como infecciones estomacales eran habituales en una época donde muchos nos escabullíamos del deber de lavarnos las manos antes de comer. A veces nos comíamos el bocadillo de la merienda con las manos llenas de tierra de haber estado tirados en la calle tocando todo tipo de impurezas. El que no cogía una gastroenteritis se hacía más fuerte.

También nos afectaban frecuentemente los empachos cuando nos empinábamos la lata de leche condensada, cuando devorábamos una tableta de chocolate o cuando abríamos el frigorífico y nos ventilábamos de un trago media botella de Coca Cola de litro.

Había otro mal que estaba muy extendido entonces, pero que no curaban los médicos ni aliviaban las medicinas y no tenía otra solución que el paso del tiempo. Era el mal de amores, que a los adolescentes les quitaba el sueño y las ganas de comer y los dejaba con cara de tontos.

Ir al médico entonces era algo muy serio. No existían las urgencias sanitarias actuales ni la gente acudía a que le recetaran los medicamentos. Hacerse un simple análisis de sangre era un acontecimiento extraordinario que solo se producía en casos serios. Nadie sabía lo que era el colesterol, ni la glucosa ni el ácido úrico, ni la presión arterial. Estábamos tan poco informados que había madres convencidas de que los niños tenían que criarse rollizos y que la delgadez era un síntoma preocupante, la antesala de la enfermedad.

A los que nos criábamos sin un gramo de grasa nos llevaban a un médico de pago para que nos mandara algún reconstituyente, una de aquellas inyecciones de vitaminas que te dejaban cojo durante varios días. Era habitual en aquella época que cada familia tuviera su médico de confianza, al que se acudía en casos complicados, al que se llamaba por la noche si alguien enfermaba. Se iba en busca del doctor a su domicilio fuera la hora que fuera, se le tocaba en la puerta aunque se despertara el vecindario para que el médico diera un salto de la cama cogiera las herramientas y se fuera en busca del paciente.

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