El hombre que inventó un motor llamado 'Almería'
Juan Cabezuelo llegó de muchacho de La Mancha a Almería, fundó un legendario taller con más de cien empleados e inventó un motor marino que revolucionó la pesca en el Mediterráneo

Oficiales de Cabezuelo en la fábrica ubicada en la calle General Luque. Juan Cabezuelo, el primero sentado a la izquierda con bigote.
Un muchacho manchego llegó con hambre de aprender a la Almería uvera y minera de 1928, siguiendo la estela de su hermano mayor. Se llamaba Juan Cabezuelo Soriano y había nacido en 1910 en Brazatortas, un poblachón de labradores de la provincia de Ciudad Real. Tenía buenas manos, ese Cabezuelo, y fina capacidad para resolver los problemas de maquinaria y su hermano José tiró de él para que entrara de aprendiz en los talleres de Pedro Castillo, en la rambla Maromeros -hoy Avenida del Mar- donde él mismo trabajaba.
A la sombra de su hermano, Juan fue aprendiendo los secretos del oficio de reparar motores marinos. El trabajo era duro y mal remunerado en jornadas de diez horas, incluyendo los fines de semana, pero a Juan le sirvió para crecer en todos los sentidos y para que los demás oficiales mecánicos se dieran cuenta de sus aptitudes para ese trabajo. Cuando llevaba aún muy poco tiempo con Castillo, al meritorio se le apareció su ángel de la guarda. Una mañana llegó por el taller un recio armador de pesca llamado Domingo Quero, al que apodaban ‘El señor’, angustiado porque su barco sufría una grave avería en el motor. El maestro reparador del taller se encontraba de baja por enfermedad y Juan, con la osadía que nace, a veces, en la juventud, se ofreció para ir a repararlo. El dueño del taller le dijo a Quero “pues que vaya el niño”, sin confiar demasiado en el éxito del negocio. Aquel muchacho manchego fue al Muelle, saltó al barco, se metió en el cuarto de los motores con una caja de herramientas y solucionó la embarazosa avería posibilitando que el barco pudiera volver a navegar. El hecho causó admiración, porque Quero daba casi por hecho que tendría que empeñarse en otro motor. Tanto que el armador decidió montarle un taller al muchacho para que trabajara por su cuenta. Tenía entonces 22 años Juan y abrió ese obrador Cabezuelo primitivo al final del Parque, lindado con el barrio de Pescadería, en 1934.No le dio tiempo a desarrollar mucha faena porque pronto estalló la Guerra y cuando creía que lo iban a movilizar, dada su habilidad mecánica, lo destinaron a trabajar en los talleres de Francisco Oliveros en la fabricación de material de Guerra.
Terminada la contienda, Juan volvió a su taller con la cabeza llena de ideas y proyectos. Pensó que aquel cuartucho del Parque se había quedado pequeño e invirtió en un solar de la calle General Luque, esquina Avenida del Mar, donde estuvo la célebre barrilería de Terriza. En 1940 solicitó permiso al Ayuntamiento para realizar el traslado de la pequeña industria de fundición, construcción y maquinaria a la que le añadió una pequeña actividad de cerrajería y un torno mecánico en el nuevo centro diseñado por Antonio Góngora Sebastián, al lado de lo que fue el cine Katiuska y antes barrilería de Juan Cassinello. Juan tiró de su hermano mayor para desarrollar todos esos sueños que le percutían en la cabeza. Se repartían las labores: Juan se esmeraba con los motores marinos en el taller y José viajaba por la provincia, en aquellos tiempos de autarquía, comprando motores de viejas almazaras para que Juan, con sus hábiles manos, los transformara en ingenios capaces de impulsar barcos. Fue indispensable esa labor de los hermanos Cabezuelo para que remontara de nuevo la actividad pesquera en la ciudad tras la inactividad de la Guerra. Volvieron, por tanto, los barcos de arrastre, llamados vacas, a salir a la mar a pescar gracias a esa adaptación de motores de antiguas prensas de aceite.
Pero Juan quería hacer algo más esmerado, quería hacer algo más grande, quería aprovechar toda ese talento que tenía con las turbinas para hacer algo con sello propio. Así surgió, después de muchas horas de concentración y sudor bajo la luz de una bombilla macilenta, el motor CABAL (Cabezuelo-Almería) un invento que Juan patentó y que revolucionó en todo el Mediterráneo la tecnología de los motores marinos. Se trataba de un semidiésel de un cilindro y 15 caballos que ayudó a hacer más eficaz la navegación de la flota pesquera. Gracias a ese invento, en los Talleres Cabezuelo llegaron a trabajar más de 100 empleados mecánicos, especialistas y aprendices como él fue un día cuando llegó de su tierra manchega. El artefacto de Cabezuelo fue adquiriendo nombradía por su calidad en todo el Mediterráneo llegando pedidos desde Huelva hasta Tarragona con modalidades de hasta 30 caballos y 1.200 kilos de peso. En ese tiempo, Juan era uno más en la fábrica, hombre de pocas palabras, serio y con su eterno mono azul como el resto de los empleado. Su frase era: “Cuando crees que lo sabes todo, siempre aparece algo mejor”. Sabía mirar, Cabezuelo, y cuando veía a algún aprendiz progresar, se sentía reflejado en él y nunca le cortaba sus intuiciones con las herramientas: “Si crees que puede salir bien, hazlo”, decía siempre. En esa época de Posgtuerra fue el gran taller de Almería dedicado a los motores marinos, solo superado por Oliveros, con 400 empleados, especializado a la reparación de material ferroviario. Juan Cabezuelo se casó con Carmen Navarro Luengo y junto a su hermano compraron una finca en Níjar denominada La Pared, que fue su capricho los fines de semana. Fueron muchos los técnicos, fundidores, mecánicos, torneros, fresadores caldereros, herreros que pasaron por sus instalaciones, especialistas como Antonio Carrión, Cecilio el Canario, Francisco Carrillo, José Andrés Ruiz, Antonio y Gaspar Baldó, Pedro Alonso, Joaquín López, Manuel Montoya, Francisco Llorente, Manuel Martínez, Francisco Benavides, Manuel Delgado, Luis Rodríguez, Diego Hernández, Federico Granados o Juan Alba. Fue además un centro de trabajo, una escuela de vida, que como toda vida tuvo también un final: los pedidos fueron disminuyendo a partir de los años 70 por la invasión de tecnología extranjera y porque fue el fundador fue envejeciendo. Hizo un expediente de regulación de empleo y la fábrica se cerró en 1981 con protestas y encierros laborales. Los empleados subastaron el solar y la maquinaria donde hoy está el Instituto Galileo para cobrar la indemnización. Cuando Cabezuelo falleció en 1986, por expreso deseo de él no se hizo público. Solo transcendió una nota de condolencia de Asempal que él había contribuido a fundar en 1979.